Hubo un tiempo en el cual casi todos los entrenadores de fútbol suspiraban por tener en su plantilla un medio centro, escudo de la defensa
era llamado entonces, capacitado no sólo para evitar los deslices de
sus zagueros sino también, como no podía ser de otra manera, experto en
tareas de contención. Requisito indispensable era, asimismo, que le
diera buen trato al balón, para que éste fuera casi siempre a sus
compañeros. Los volantes defensivos, o volantes centrales, con estatura
apropiada para batirse en el juego por alto, sabiendo manejar el
esférico y teniendo una visión clara de la colocación y sentido de la
anticipación, así como dotados de espíritus de sacrificio y voluntad a
raudales, escaseaban. Lógicamente, los que había estaban en los clubes
de campanillas.
Ante tal situación, muchos entrenadores decidieron
situar en el centro del centro del campo a un tercer zaguero central; a
ser posible corpulento, y con misiones concretas: ayudar a sus
compañeros de retaguardia y, debido a que eran poco hábiles con el balón
en los pies, recibían la orden de pasar el esférico al compañero más
cercano. Y, ante cualquier duda, se les recomendaba hacer un despeje
orientado o bien patada perpendicular a la pelota, lo más lejos
posible.
No todos los entrenadores tomaban las mismas medidas.
Los hubo que situaron en esa zona vital del medio terreno a jugadores
bajitos, con buen dominio del esférico, y que fueran tan atrevidos como
para echarse hacia atrás con el fin de recibir la pelota y jugarla con
sus compañeros. Y a fe que algunos futbolistas tuvieron su momento de
fama y hasta de gloria, desempeñando esa tarea. Bien es cierto que les
duró poco tiempo ese pasaje que fue festejado por muchos. Duró, todo hay
que decirlo, el tiempo que otros entrenadores supieron contrarrestar
tácticamente la labor ya reseñada de los medios centros.
Al que
hacía de escudo de la defensa, por ser alto y fuerte, decidieron ponerle
encima a un delantero aguerrido, corpulento, veloz, a ser posible, y
dispuesto a que el escudo de la defensa no pudiera pensar cuando tenía
el balón en los pies. Así, amén de amargarle la existencia al futbolista
en cuestión, se le hacía mucho daño al equipo. Al otro, al que jugaba
como los ángeles, si es que los ángeles juegan al fútbol, y se permitía
alegrías con el balón dominado, siempre alabado por sus cambios de
orientación, pases, regates y visión del juego, el antídoto fue marcarlo
con un volante resistente, rápido, con disciplina espartana y conocedor
de su oficio. Capaz, en cuanto robaba el balón, de irse hacia el marco
contrario como una exhalación. A fin de provocar desconcierto
generalizado en sus adversarios. Y, claro, los aficionados empezaron a
decir que si jugaba bien el volante estrella, el equipo de sus amores
ganaba; pero que si no, perdía. Y daban muchas y variadas excusas. Pero
pocos acertaban con el quid de la cuestión.
Ante las evoluciones
que se iban produciendo tácticamente en el fútbol, muchas y
verdaderamente dignas de mencionarse, surgieron dos ideas: la primera,
hacer posible que el medio centro fuera completo. Es decir. que
defendiera, que organizara, que tuviera extraordinario dominio del balón
y... apareció Pirlo. Por poner un ejemplo. La segunda, que
siempre me agradó sobremanera, fue la de formar un medio campo en el
cual todos sus componentes tuvieran cualidades suficientes para que,
ante cualquier momento desacertado de alguno de ellos, o lesión,
surgieran los demás miembros aportando gran rendimiento. Aunque en el
empeño tuvieran que adaptarse a las circunstancias exigidas en tales
momentos.
Barcelona y Madrid llegan al partido del domingo con
problemas en el medio terreno. Debido a que los dos equipos juegan el
mismo sistema: 4-3-3, con variantes distintas. Por exigencias más que
conocidas: necesitan que actúen sus tres delanteros estrellas. En el
Madrid confían que la vuelta de Modric alivie parte de la pesada carga que ha venido soportando Kroos. En el Bernabéu, en la primera vuelta, se impusieron los locales porque su medio campo contó con cuatro hombres: Kroos y Modric por el centro, y James e Isco por los costados. Aquel día, por estar lesionado, no jugó Bale. En esta ocasión, el galés podría jugar en el sitio de Isco y éste en el de James. Y el 4-4-2 le daría más consistencia a los madridistas.
En
lo que se refiere al Barcelona, creo haberlo dicho ya, ayer o anteayer,
que para el caso es lo mismo, estoy convencido de que Messi tendrá
que multiplicarse para que su equipo domine la situación. No me
extrañaría, pues, que el argentino se colocara por los alrededores de
Kroos y Modric, dejando la banda derecha, para distraerlos. Y Suárez, escorándose al lado de Marcelo,
mediante desmarques adecuados, mantendría dubitativo al brasileño. El
fútbol, por más que evolucione, nunca dejará de sustentarse gracias al
medio campo. El equipo que lo domine será muchas veces ganador. Axioma.
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