sábado, 16 de enero de 2021
Intolerables declaraciones de nuestro alcalde
viernes, 15 de enero de 2021
Fructuoso Miaja recuerda los años sesenta y setenta
Cuando decidí publicar en este blog las memorias de Fructuoso Miaja -concejal, senador y alcalde de Ceuta-, procedentes de un libro titulado Un hombre cabal, cuyos ejemplares fueron depositados en el desván de los objetos no apreciados, era consciente de que no sería del agrado de quienes detestan que se hable de aquellos años de la Segunda República y de cómo acabaron las diferencias entre españoles. Máxime si el narrador de los hechos nunca negó haber creído en el anarquismo cuando era veinteañero. Pero no dudé en ir contando los pasajes más relevantes de unos hechos vividos por quien llegó a ser alcalde de Ceuta. Lo cual no es moco de pavo. Así vio nuestro personaje los años sesenta y setenta.
Creo que fue un director de cine quien bautizó los años sesenta como los felices sesenta. Una exageración en toda regla y que no casaba con la vida que realmente existía. Claro que atrás habían quedado los años de restricciones, racionamientos y consumo de malta, sacarina y tabaco de picadura. Pero el milagro de la televisión, de las vacaciones pagadas y del seiscientos, no podían hacernos olvidar la falta de libertades, la mano dura, el ordeno y mando y el Tribunal de Orden Público.
Aunque mi situación, después de lo que había pasado, era para sentirme satisfecho. A mi caso sí podía aplicársele el adjetivo de felicidad. Y es que a mí todo me parecía estupendo. Porque mi juventud había transcurrido en medio de un clima de terror que necesitaba aliviarse con la vida que estaba llevando. Era feliz viendo crecer a mis hijos y observando la dicha de Sara y de mi madre. Mis sufrimientos habían sido tan grandes como para comportarme de manera precavida. A pesar de ello, ya notaba que en mi interior se agitaba la pasión por ayudar a quienes me animaban a defender las ideas socialistas.
Fui feliz trabajando en Pesquera Mediterránea. La vida me parecía hermosa. Disfrutaba diariamente de mis obligaciones y reconozco que me había apuntado al lema de salud, dinero y amor. Las tres cosas me sucedían a mí y me venían a las mil maravillas para olvidar tantos años de amarguras. Apenas si atendía a las llamadas de quienes me ofrecían volver a participar en motivaciones políticas. Lejos estaba yo de sospechar que con la llegada de los años setenta, una década que se nos hizo muy larga a todos los españoles, se iba a obrar el milagro que yo esperaba con tantas ganas: la implantación de un régimen democrático.
He leído muchas veces que los setenta fueron unos años singulares en todos los aspectos. Para mí, sin duda, además de singulares, fueron unos años de bien. Una época en la que el pueblo español luchó denodadamente porque se terminara la dictadura. Dura tarea donde hubo que acabar con el franquismo, primero, y luego darle vida a una democracia recién nacida. Lo cierto es que en esos años ocurrieron muchas cosas importantes y tan seguidas que apenas nos dieron respiro. La muerte de Carrero Blanco y la de Franco. El Gobierno de Arias Navarro. La proclamación del Rey. Y la designación de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. Se redactó la Constitución y yo llevaba ya tiempo figurando en las filas del Partido Socialista.
jueves, 14 de enero de 2021
El Athletic finalista de la Supercopa
Raúl García fue, una vez más, un quebradero de cabeza para la defensa del Madrid y sobre todo para Lucas Vázquez. Quien estuvo desacertado en dos jugadas que acabaron en gol. Ambos marcados por el exjugador del Atlético de Madrid. Lo cual no quiere decir que sus compañeros en la zaga y Casemiro no tuvieran también su parte de culpa en lo ocurrido. Así que en el minuto treinta y seis el Athletic encarrilaba ya su pase a la final de la Supercopa.
De Casemiro cabe decir que se ha olvidado hace ya mucho tiempo de cómo debe comportarse alguien que juega como escudo de la defensa. El brasileño estuvo toda la primera parte en zona de nadie. Aunque más presto a irse hacia arriba que a cumplir con sus obligaciones como defensor. Forma parte de ese grupo reducido de futbolistas a quienes sólo se le airean las buenas intervenciones y se le omiten sus desaciertos. Hasta para eso hay que tener suerte.
El primer tiempo del Madrid fue impropio de un equipo de su categoría. Si bien es cierto que nos tiene acostumbrado a verlo jugar a lo que salga. Y, por si fuera poco, esta vez lo hizo como si el rival fuera un equipo menor. El conjunto blanco basa todo su juego en que tanto Sergio Ramos como Kroos hagan cambios de orientación por sistema. Jugada que se saben de memoria los contrarios. Las demás acciones son todas medianías. No hay desbordes ni tampoco se busca llegar al marco contrario cuanto antes.
En la segunda parte, la mejora del conjunto merengue se debió a que Marco Asensio se entonó y estrelló dos balones en los palos de la portería defendida por Unai Simón. El cual paso inadvertido. El tanto logrado por Benzema llegó con tiempo suficiente para que se produjera la remontada. Pero todo quedó en agua de borrajas. Vamos, en un querer y no poder por parte de un Madrid que da pena. Y, naturalmente, los cambios de Zidane volvieron a ser inapropiados.
Y me explico: de no estar lesionado Benzema, resulta inconcebible que sea cambiado. Cuando bien pudo ZZ prescindir de un defensa y dejar al francés en el terreno de juego con Mariano. Lo cual demuestra que el técnico merengue no da pie con bola en ese aspecto. En fin, que el Madrid ha perdido frente al Bilbao. Y esta vez no podrá echarle la culpa a las malas condiciones que presentaba el césped del estadio malacitano.
martes, 12 de enero de 2021
El arte de la seducción pública
Emilio Romero escribió en -Así está España- que los primeros pasos de la restauración democrática se hicieron con tres guapos y seductores, y tres inteligentes y poco afortunados en sus figuras físicas. Los guapos y seductores fueron el Rey, Adolfo Suárez y Felipe González. Los otros -los menos atractivos- fueron Torcuato Fernández Miranda, Manuel Fraga y Santiago Carrillo. Los resultados estuvieron bien a la vista. El gran inspirador de la restauración fue el Rey, y todos le ayudaron. Los dos políticos representativos del poder y de la oposición fueron Adolfo Suárez y Felipe González. Y el destino de los otros fue pasar al ostracismo en menos que canta un gallo.
En esa época se llegó a decir que en España habíamos institucionalizado "el demagógico arte de la seducción pública". Sin embargo, los hubo que no dudaron en enmendarle la plana a don José Ortega y Gasset. Quien había aseverado, en su día, que era incompatible ser guapo y estadista. Emilio Romero puso a Felipe González como ejemplo de ambas cosas. Pero tampocó se cortó lo más mínimo en airear que si se mantuviera la selectividad de nuestros políticos y gobernantes, exclusivamente por el demagógico arte de la seducción pública, él se defecaría en la soberanía nacional.
El gran periodista, analista y escritor, remató la faena con la siguiente revolera: "Los guapos y los seductores tienen que estar en otra parte: en Marbella, en Mau Mau, en las relaciones públicas de cualquier negocio, en los pubs célebres, y en reuniones sociales donde haya mujeres imaginativas, maridos perezosos, contubernios de viajes, y barcos, y polo, y golf. Los guapos y los seductores están fabricados como Alain Delon para Romy Schneider, pero no para afrontar la solidaridad con Europa, el compromiso económico de Bruselas, las responsabilidades de la defensa y el tacto supremo con los Estados Unidos de América y la Unión Soviética. O se acaba la democracia de los guapos, o nos vamos a la mierda".
La pregunta se impone: ¿de haber vivido el maestro Romero qué habría dicho acerca de Pedro Sánchez? De quien afirman sus compañeras de partido que es el político más guapo que ha dado España en muchas décadas. Y hasta las hay que sacan su maldad a relucir con el siguiente comentario: "Al presidente le favorece mucho salir en televisión junto a Pablo Iglesias...".
Ayer mantenía yo esta conversación con una señora que lleva muchos años votando al Partido Popular. Y aproveché la ocasión para inquirirle acerca del motivo por el cual Pablo Casado es incapaz de seducir con su figura física a los votantes necesarios para acceder a La Moncloa. La respuesta fue inmediata: 'Porque no es ni chicha ni limonada'. Amén de que su andares recuerdan a los de don Manuel Fraga. Y, por si fuera poco, verlo con una pala entre las manos ha sido una metedura de pata. Hasta el punto de que habría que destituir de su cargo a quien le hubiera recomendado semejante estupidez.