Desde que empezó la campaña electoral, ese campeonato que, según dicen quienes saben del asunto, se gana un 60 por ciento en la televisión, no pocas personas me han preguntado por los motivos que tengo para no opinar más veces de los candidatos a la alcaldía de cada partido. Y mi respuesta podría haber sido que a mí no me apetece hacerlo porque carezco de entusiasmo para escribir de tal menester.
En cambio, me he limitado a responder que no hace falta dar la tabarra al respecto cuando se es consciente de que el ganador será el candidato de siempre. El que lleva la friolera de 14 años gobernando la ciudad. De los que 12 fue elegido en las urnas. Así que ha ganado tres elecciones. ¿Por qué...? Podría dar tantas explicaciones como imposible sería que cupiesen en este espacio. Pero me voy a limitar a transcribir literalmente un apunte que he hallado esta mañana haciendo limpieza de cajones.
"El hombre sabe sobradamente que depende de la imagen de él que se forme en el espíritu del otro, incluso si éste es un cretino. Hoy vale más la difusión interesada de los hechos que su conocimiento auténtico. Y la "imagen" de las personas o de los pueblos tiene mayor importancia que sus condiciones reales".
-¿Quiere usted decir que Juan Vivas está sobrevalorado?
No se le ocurra adentrarse por ese camino. Pues le aseguro que no va a encontrar usted en mí resquicio alguno para hacerme decir que los triunfos de nuestro alcalde no están acordes con su valía personal y política. Ni siquiera se me ocurriría insinuar que su poder de embaucamiento surte el efecto adecuado entre las malas personas y las que no saben lo que hacen (Aróstegui dixit). Así que he llegado a la conclusión de que Vivas volverá a ganar las elecciones por algo que no admite duda: es el mejor de los candidatos.
Insisto: Vivas es el mejor de los candidatos. Y lo sería más, créanme, si en muchos momentos le retorciera el cuello a la soberbia; esa que nos hace sentirnos como un pavo real en bastantes ocasiones. Aunque es comprensible que ante la vanagloria de ciertos subordinados ponga en peligro su primitiva modestia. Dicho ello, no tengo por qué redoblar el tambor de las elecciones. A no ser que suceda algo tan imprevisto como fuera de lugar.
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