Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

miércoles, 20 de abril de 2016

F. Miaja: La fuga

Dice Fructuoso Miaja: Las noticias sobre los detenidos y las muertes que se iban produciendo andaban de boca en boca. Salvar la vida se había convertido en la única prioridad. Nadie se fiaba de nadie y existía obsesión por no hacerse el visto en ningún sitio. La gente apenas se saludaba. Por miedo a cualquier comentario maligno. Ya que un infundio podía acarrear la tragedia.

Se palpaba el terror entre quienes no se hallaban libres de amenaza. De nada valía sentir la tranquilidad de quien sabe que no ha cometido nada reprobable. Pero las acusaciones llegaban por cualquier nimiedad, por un quítame allá esas pajas, y entonces sí cabía echarse a temblar. Mucha publicidad le dieron a la detención de Juan Pousa Martínez; uno de los propietarios de La Campana, por ser afiliado socialista. Llevaban ya varios días detrás de él, hasta que lo descubrieron escondido en un sótano. La tragedia de Juan, una de tantas ocurridas entonces, me sirvió para comprender que la maldad de los hombres carece de límites...

Mientras los barcos seguían bombardeando la ciudad, y las detenciones se sucedían sin tregua, un convoy cargado con numerosa tropa cruzó el Estrecho, tras engañar a la Flota de la República. Ésta, obstinada en perseguir a un barco alemán, se alejó de su puesto de vigilancia y permitió que, bajo la protección del cañonero Dato, varios barcos transportaran un contingente de tropas hasta Algeciras. Y a nosotros nos dejó un poso enorme de desesperanza.

Yo trataba de dominar mi nervios. Si bien éstos aumentaban a medida que se acercaba la fecha prevista para escapar. Mi inquietud se hacía patente en cuanto llegaba la noche. Y el quedarme sin sueño me servía para ir atando cabos con todos los que iban a embarcar. Al margen de la tripulación del barco, compuesta por cinco marineros, formábamos un grupo de 22 personas. A quienes me había guardado muy bien de comunicarles ni el día ni la hora de salida. Algo que hice poco antes de acordarlo definitivamente con el patrón de la embarcación. Con tales precauciones quería evitar, en parte, el riesgo de que alguien metiera la pata y nos causara la ruina.

El 18 de diciembre les comuniqué a todos los pasajeros que debían presentarse en la playa de Calamocarro, antes de las seis de la tarde del día siguiente. El sitio elegido fue la marrajera de los hermanos Sanani. Entretanto, el patrón se había preocupado de arreglar los trámites para que la salida no despertara la menor sospecha. Hacía viento de levante y ello influyó para que pusiéramos rumbo a Tánger y no a Gibraltar. Yo confiaba ciegamente en mi amigo por ser marinero avezado y porque andaba metido en el contrabando de tabaco y sabía capear muy bien las circunstancias adversas. Sin embargo, los embarcados se temían lo peor y la angustia se apoderó de todos.

Cuando Tánger estaba ante nuestra vista y reinaba la alegría, el patrón se acercó a mí para indicarme que podríamos tener dificultades. Él se refería a la presencia de un barco alemán, saturado de luces, que destacaba en el puerto. Tras las dudas lógicas, por cualquier inconveniente que pudiera surgir en el último momento, decidió hacer una maniobra encaminada a atracar lo más inadvertidamente. Un logro que nos llenó de satisfacción. Ceuta y el terror habían quedado atrás. Aunque un sentimiento de pena empezaba ya a embargarnos: dejábamos familia y un trozo de tierra donde habíamos nacido.


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