Me agrada sobremanera leer y volver a leer a Josep Pla, uno de los más grandes prosistas del siglo pasado, a pesar de que la lectura de El cuaderno gris requiere una gran atención. El cuaderno gris goza de un sitio privilegiado en los anaqueles de mi modesta biblioteca, debido a que cada dos por tres ese libro es objeto de mi deseo.
Hoy, precisamente, y tras conocer que Pablo Iglesias ha apostado por "politizar el orgullo de lo popular" y de "lo obrero" en lugar de disputar "el concepto de burgués de la clase media que representan otros partidos", inmediatamente me he acordado de que todo cambio brusco de una concepción del mundo, implica revolución. A la cual, según se ve, el profesor universitario, politólogo y conocedor de todos los secretos de cómo dar el pego en la televisión, se va a poner al frente.
Pla se expesaba así al respecto: El desplazamiento del poder de la aristocracia a la burguesía implica una revolución. El desplazamiento del poder de un grupo burgués a otro burgués no es ninguna revolución. En este caso se discutirá una precisión política. El desplazamiento de la burguesía a los obreros es una revolución. En este caso, sin embargo, la libertad política contará muy poco, será la implantación de la igualdad económica la que pesará decisivamente.
Pla ponía el siguiente ejemplo: sólo puede haber libertad si hay democracia, que es la igualdad humana ante la ley. Para los socialistas -comunistas entonces-, en cambio, sólo puede haber libertad si hay igualdad delante del armario del pan, que es el armario que hace la ley. Y continúa poniendo sus ideas en boca de un tertuliano: ¿Cómo es posible la implantación de la igualdad económica sin el establecimiento de una dictadura fortísima?
En este punto, el gran escritor catalán decía: los socialistas -comunistas entonces- juegan al equívoco y engañan a la gente. Que digan de una vez que implantarán la dictadura y en seguida nos entenderemos. Luego, tras clamar contra la posible destrucción de todas las comodidades de la clase media, finalizaba con esta preocupación: Encuentro que para pasar el tiempo haciendo cola ante las panaderías, no vale la pena vivir. La simple posibilidad me horroriza.
Pablo Iglesias sabía perfectamente que las clases medias habían sufrido -y están sufriendo lo indecible- por mor de una crisis económica que las puso al borde del disparate. Y que gran parte de su componentes fueron conquistados por sus palabras mesiánicas y salieron a la calle siguiendo sus pasos. Pero, en poco tiempo, se percataron de que su predicador sólo es político de verbo fácil y convencido de que ni Marx está a su altura. Y, claro, no le votaron en la medida que él esperaba.
Así que nuestro hombre se sintió frustrado. Y en vez de reconocer que tomar el cielo no es tarea fácil, lo primero que se le ha ocurrido, tras meditarlo unos meses, es llamar la atención de los pobres, de los más pobres, aun siendo consciente de que ellos, muchos de ellos, proceden de esa clase media a la que él dice detestar porque es incapaz de ganársela para que lo convierta en presidente del Gobierno. Craso error. Por lo que no es extraño que Errejón -aunque con mucho tiento, quizá por temor al ordeno y mando de Iglesias- trate de enmendarle la plana.
La economía está fragmentada desde hace mucho tiempo. Y el sector servicios tiene poco que ver con el tipo de sociedad industrial que generó el movimiento sindical. Y, desde luego, hace ya un mundo que el montaje político es artificial. Por consiguiente, el que Pablo Iglesias haya decidido apelar a la clase obrera y sobre todo a los pobres para lograr sus fines políticos, me parece fuera de lugar. Con ese discurso, y con su pose de pijo, Podemos, su partido, tiene poco que hacer en una sociedad que, aunque está hastiada por el desempleo y la corrupción, desconfía de él más que de Mariano Rajoy. O sea.
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