Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

jueves, 6 de julio de 2017

Comer y holgar



1972. Ibiza era entonces un paraíso. Yo recorría en mis ratos libres todos los rincones de la isla. Y sobre todo me encantaba frecuentar el Paseo de Vara de Rey. Y sentarme en la terraza de dos Cafeterías que siempre se hallaban repletas de un público heterogéneo. Aunque debo reconocer que era tarea muy difícil hallar acomodo tanto en una como en otra. Pues Montesol y Vara de Rey estaban situadas en unas esquinas privilegiadas desde las cuales se divisiba la animación que reinaba en la capital ibicenca.

En aquel tiempo los hippies aún tenían mucha presencia en un lugar tan venturoso. Un día, de aquel verano de comienzo de los setenta, disfrutaba yo de un lugar privilegiado en Montesol. Establecimiento que estaba a tente bonete. Es decir, lleno a reventar.  En un momento determinado se acercó a mí una pareja y él me dijo si tenía algún inconveniente en dejarles compartir  la mesa conmigo. Y accedí a su petición.

Eran franceses y hablaban nuestra lengua de manera tan despaciosa como correcta. Él dijo ser fisioterapeuta y ella había ejercido como abogada. Llevaban en Ibiza tres años. Y vivían a su aire y haciendo uso y abuso de sus ahorros. Amén de que las familias de ambos eran pudientes y siempre estaban prestas a la ayuda.

Todo ello lo fui conociendo porque, tras ese primer encuentro con Anaé y Antoine, seguimos viéndonos e incluso yo logré que él volviera a ejercer la fisioterapia. De la que era un extraordinario especialista. A partir de ahí nuestra amistad fue creciendo y la compartimos con otros franceses residentes en Ibiza. Eso sí, recuerdo que no había tertulia en la cual no salieran a relucir el sexo y las relaciones entre parejas. Algo que les agradaba sobremanera.

Anaé -abierta, simpática y en posesión de un cuerpo que acaparaba todas las miradas de hombres y mujeres cada vez que paseaba por el centro de la Ciudad- no se cortaba lo más mínimo en decir que frente a las situaciones penosas, a los conflictos afectivos, a las rivalidades personales, las mujeres zanjan, reaccionan, actúan. Mientras que los hombres vacilan, huyen, tergiversan. Tanto en el terreno conyugal como en el profesional. En suma, decía mi amiga: “Nosotras os asombramos con nuestra determinación”.

Denise no era tan espectacular como su amiga Anaé. Pero era puro sexo. Nunca llevaba ropa sexy, nada evidente, simplemente unos pantalones. Pero repito: era muy sexy, muchísimo. Cuando estaba de pie parecía retorcerse, quiero decir que se deslizaba. Creo que no era consciente. Sencillamente, ella era así. 

Un día nos contó lo siguiente: "Desde hacía dos años mi matrimonio con Didier estaba de capa caída. Una tarde, en la playa, durante unas vacaciones en casa de mis padres, lo miré a los ojos y le anuncié que me había puesto en contacto con un abogado. Y que al término de las vacaciones lo dejaría. La única explicación que le di fue la siguiente: ¡Había que hacerlo! Y aquí me tenéis unida y feliz a Armand. Hasta que se acabe el idilio.
  
Mi amigo Antoine, que era tan buen fisoterapeuta como enamoradizo, solía decir que una pareja que viva 30 años sin problemas era merecedora de premio. De premio gordo. Y mucho más si la lealtad prevalece. La cual nada tiene que ver con la infidelidad. Y contaba que la forma de actuar de los hombres cuando desean dejar a sus mujeres estaba casi siempre aderezada con esta confesión: "Quiero decirte que, debido a los años cumplidos, que no son pocos, veo cerca mi fin. Y, claro, aspiro a vivir el tramo final a mi manera"

La vida, como bien dijo el Arcipreste de Hita, está hecha para comer y holgar. Y hay que aceptar como algo normal que hombres y mujeres, cada vez más, deseen cambiar de guisos y, cómo no, de parejas en el lecho. Nada que objetar si gozan de medios económicos para poder romper la baraja sin alborotos tan improcedentes cual innecesarios. Creo que esta respuesta fue la única que yo aporté en aquellas tertulias afrancesadas, en la Ibiza paradisiaca de principios de los setenta.


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