Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 5 de febrero de 2018

José Eugenio Cortés Castillo

En noviembre de 1995, lunes para más señas, un amigo me dijo que había una persona residente en Nazaret que deseaba hablar conmigo... Y pocos días después emprendí el camino hacia la residencia. Cuando llegué a esa extraordinario y bien cuidado centro, pregunté por él, y me indicaron que estaba esperándome en su habitación.  Era la penúltima que había al fondo de un largo y soleado corredor.

Entreabierta la puerta, me anuncié con leves toques de nudillos y recibí la correspondiente anuencia. Fue tenerlo frente a mí y notarle las huellas de sus graves dolencias; aunque todo en él reflejaba ese tono suave y sentado de quien hacía ya tiempo se había hecho a la idea de sus circunstancias. No es que las hubiera asumido sin rebelarse en ningún momento. Pues pronto me puso al corriente de que a veces no podía evitar el desgarrado y clásico grito interior: "¿Por qué a mí... si yo no le he hecho daño a nadie?

José Eugenio Cortés Castillo estaba próximo a cumplir 54 años, me invitó a su mesa, en la cual se agolpaban libros que le proporcionaban paz; ese sosiego que a veces tanto necesitaba. Tuvo el buen gusto de poner una música suave que nos sirviera de sonido de fondo. Hoy, precisamente, tras sonar en una radio próxima a mí, me he acordado de mi entrevistado. Y, claro, he decidido hablar de él. Que es la mejor manera de homenajear a quienes se fueron a un lugar del cual nunca se vuelve.  

Cuando quise saber a qué dedicaba su tiempo libre, que era día y noche, me dijo que en sus malas condiciones físicas nada más que le apetecía leer y escuchar música. Que era la mejor manera de relajarse. Música clásica. Pero también se dejaba seducir por los boleros. En cuanto a la lectura se inclinaba por releer. Y es que estaba convencido de que un libro que no se lee varias veces no puede ser bueno. Aunque, por haber echado los dientes detrás del mostrador de una librería, reconoció ser un lector ecléctico. 

En la mesita de noche vi un ejemplar de Simone de Beauvoir. Y antes de que le preguntara por ella, respondió con celeridad: "Últimamente se están diciendo muchas tonterías sobre las mujeres y acerca del feminismo. Y la estoy releyendo para reafirmarme en la idea que tuve de la escritora cuando la leí por vez primera. Es la que mejor comprendió las particularidades de la mujer".

-¿Conclusiones?... 

La mía, me dijo mirándome fijamente, es que nunca podrá haber igualdad entre sexos. Otra cosa es que en igualdad de trabajo y rendimiento, hombres y mujeres cobren el mismo salario. Y, desde luego, creo que es una pena que las mujeres quieran imitar a los hombres, cuando nosotros somos mucho más débiles que ellas.

En cuanto a sus ideas políticas, José Eugenio me contó que creció a la vera de un gran falangista. Un falangista de los de verdad. Y que ese fue su padre. Por cierto, debo decirle que mi padre participó como agente secreto para preparar el movimiento de Madrid. 

No dudé, entonces, en pedirle que me diera su opinión sobre la Falange. 

Y se expresó de tal guisa: "La Falange era un partido de la clase media española, cuyo programa se basaba en la ayuda de las clases trabajadoras y políticamente no educadas. Y además mienten quienes dicen que se sublevaron contra la República. Se sublevaron contra el Frente Popular, que no dejaba de ser una anarquía. Y en aquella época lo que se necesitaba era orden".

Cuando le mencioné la corrupción, inmediatamente reconoció que la había habido y que muchos falangistas se enriquecieron con el estraperlo. Y que con ello sembraron una gran frustración entre los falangistas de verdad y que dieron su vida en los frentes. Y destacó que la Falange que se vivía en su casa era una independiente y doctrinal. La de José Antonio y Onésimo.

De su enfermedad me contó que a los 39 años le diagnosticaron un neumotórax instántaneo.  Y que se asfixiaba. Que se le encharcaron los pulmones y que le sobrevino un coagulo y un infarto. Y así, hasta convertirme en la ruina que usted está viendo... Se le alegraron las pajarillas relatándome su estancia en París, durante el Mayo del 68. Aún resuenan en mis oídos, me dice, el grito de "La imaginación al poder". Era la exaltación pura del humanismo. El hombre por encima de todo. Quisimos cambiar el mundo. Y todo quedó en un auténtico fiasco. Pero lo intentamos.

Cuando requerí su parecer sobre la familia, le invadió la tristeza y no dudó en decirme que había tenido amigos muy buenos...








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