Acabo de enterarme, a esa hora vaga de mediodía, de este ocho de marzo que marcea, de la muerte de mi querido amigo Eduardo Ayala, con quien tuve la suerte de compartir tarea en la Agrupación Deportiva Ceuta, durante un tiempo en el cual ambos supimos ayudarnos en la medida que las circunstancias lo exigían. Nació nuestra amistad en la temporada 82-83 y continuó en gran parte de la siguiente. Y así lo recordé cuando escribí de él, después de haber hablado con su hijo Eduardo, en noviembre de 2015.
Eduardo Ayala y yo vivimos momentos estupendos y pasamos, cómo no, por trances difíciles. Pero jamás cundió entre nosotros la desconfianza. Cuando yo requería su opinión, dado que Eduardo había mamado el fútbol desde la cuna, no dudaba en responderme con claridad meridiana. Opiniones las suyas que yo, como entrenador, valoraba siempre. Fue, sin duda, un gran asistente técnico y una ayuda inmejorable tanto en el vestuario como en las sesiones de entrenamientos.
Cuando nuestras ideas compartidas acababan en triunfo y el contento nos inundaba, solíamos celebrarlo con moderación. Por saber los dos que ya había que pensar en el siguiente partido. Pero ello no era óbice para que el festejo de los fubolistas, sobre todo si la victoria se había producido lejos del Alfonso Murube, nos produjera una alegría que hacía posible soportar viajes eternos con la mejor disposición. ¡Cuántas veces le alegraba yo las pajarillas mientras compartíamos asientos en el autobús de los desplazamientos o bien en el barco, recordándole una anécdota que él nunca se cansaba de escuchar con suma atención!
"Mira Eduardo, un domingo me llevó mi padre a ver un partido San Fernando-Córdoba, correspondiente a la Segunda División, en el viejo campo de Madariaga, donde tú y Luis Periñán impartíais ya lecciones de cómo se debía jugar como extremo. Corrían los años cincuenta. Y dado que tú jugaste de manera sensacional... Ora conduciendo el balón como si fueras un centauro y centrando en carrera con precisión de reloj suizo; ora regateando rivales como si tal cosa y disparando a puerta con las dos piernas, ora... Pues bien, mi padre, embelesado con tu juego, me dijo lo siguiente:
"En vista de que no se puede jugar mejor que lo ha hecho hoy Ayala II, vamos a celebrarlo comprando un cartucho de bienmesabe -cazón preparado en un freidor de la Isla de León que gozaba de mucha fama- para brindar por el buen rato que nos ha hecho pasar tan extraordinario futbolista".
Y Eduardo Ayala, mi querido amigo y asistente técnico ejemplar, se me quedaba mirando de esa manera que él miraba cuando la satisfacción se apoderaba de todo su organismo. Descanse en paz, el buen amigo y discreto consejero.
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