Anteayer escribí sobre la importancia que tiene acertar con el sistema de juego y estilo apropiados cuando se tiene en la plantilla a dos delanteros con unas características definidas. Y mencioné algunos nombres que destacaron sobremanera en equipos dirigidos por mí. Pues bien, hoy me han llamado desde mi pueblo para recordarme que me he olvidado de Manuel Gómez Barrera Manolín. Jugador clave en mi primera etapa en el Portuense, cuando sustituí a Ventura Martínez: gran amigo y extraordinario entrenador, en la segunda vuelta de la temporada 71-72.
Manuel Gómez Barrera Manolín fue un magnífico futbolista. Sobrado de carácter. Hasta el punto de acongojar a los defensas de la época. Tarea nada fácil entonces. La pierna izquierda de Manolín era de caoba. Certeros sus remates de cabeza. Dominaba el regate y gozaba del don de la oportunidad dentro del área. Amén de ser uno de esos tipos que se mostraba siempre sin subterfugios. Debo reconocer que la permanencia en la categoría del Portuense, en esa etapa mía, se logró gracias a sus goles y a su extraordinario comportamiento. Ayudado, cómo no, por Miguel Mata: futbolista canario, sobrado de calidad.
Manolín participó en el ascenso del Atlético de Sevilla a Segunda División en la temporada 62-63. Teniendo como entrenador a Diego Villalonga. En el filial del equipo hispalense destacaban Yiyi, Mariano, Bancalero, Maraver, Ciruelo... Pero mi paisano era quien estaba llamado a ser el delantero centro del primer equipo. A lo mejor le pudo su temperamento con algún directivo y lo pagó con creces. Manolín fue cedido a la Balompédica Linense y allí lo adoraban. Luego decidió jugar en el equipo de su tierra, durante el resto de su vida deportiva, porque le permitía dedicarse al negocio de la pesca.
Manolín me agradeció siempre la confianza que yo había depositado en él. Seguía con sumo interés los resultados de los equipos entrenados por mí y aprovechaba mis vacaciones para citarme cada día en El Bar La Perdiz. Donde solía altenar a partir de las dos de la tarde. Un día, tras uno de sus comentarios sorprendentes, amén de reírse de sí mismo, no dudó en responderse:
-Estoy loco..., loco..., loco... Pero al fin y al cabo es una suerte para mí. De no ser por mi locura, no hubiera metido tantos goles.
Yo sentí muchísimo la muerte de mi amigo Manolín. Y nunca he dejado de hablar de él como lo que era: gran jugador y hombre que nunca escurrió el bulto.
Manolín participó en el ascenso del Atlético de Sevilla a Segunda División en la temporada 62-63. Teniendo como entrenador a Diego Villalonga. En el filial del equipo hispalense destacaban Yiyi, Mariano, Bancalero, Maraver, Ciruelo... Pero mi paisano era quien estaba llamado a ser el delantero centro del primer equipo. A lo mejor le pudo su temperamento con algún directivo y lo pagó con creces. Manolín fue cedido a la Balompédica Linense y allí lo adoraban. Luego decidió jugar en el equipo de su tierra, durante el resto de su vida deportiva, porque le permitía dedicarse al negocio de la pesca.
Manolín me agradeció siempre la confianza que yo había depositado en él. Seguía con sumo interés los resultados de los equipos entrenados por mí y aprovechaba mis vacaciones para citarme cada día en El Bar La Perdiz. Donde solía altenar a partir de las dos de la tarde. Un día, tras uno de sus comentarios sorprendentes, amén de reírse de sí mismo, no dudó en responderse:
-Estoy loco..., loco..., loco... Pero al fin y al cabo es una suerte para mí. De no ser por mi locura, no hubiera metido tantos goles.
Yo sentí muchísimo la muerte de mi amigo Manolín. Y nunca he dejado de hablar de él como lo que era: gran jugador y hombre que nunca escurrió el bulto.
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