Ayer por la noche, cuando las cámaras de televisión nos mostraban el Pabellón de Cristal, situado en la Casa de Campo, inmediatamente me acordé de cuando yo frecuentaba esa zona de Madrid en los años sesenta para hacer ejercicios en una loma perteneciente a ese lugar y conocida como "El Cerro de los Locos". En el cual hacía tanto calor en verano como frío en otras estaciones.
Las imágenes nos ofrecían una tarjeta postal de invierno. Noche de viento desagradable que invitaba a muchas personas a lucir abrigos y bufandas protectoras de gargantas sensibles. De pronto apareció en escena María Casado -presidenta de la Academia de Televisión- en la escalinata del edificio dispuesta a recibir a los candidatos participantes en el debate. Lucía la señora un vestido negro hasta las rodillas, ceñido y de mangas sisas.
Vestimenta inapropiada para enfrentarse a la baja temperatura marcada por los termómetros de Madrid en ese momento. María Casado, queriendo o sin querer, fue motivo de atracción durante el tiempo que estuvo cumpliendo con el protocolo. Y yo estuve, créanme, con el alma en vilo pensando que en cualquier instante la destacada periodista pudiera sufrir una tiritona. Es decir, una tembladera de dos pares... Vamos, de las que te mandan a la piltra donde se cuecen los catarros de calidad.
En cinco ocasiones, la presidenta de la Academia de Televisión hizo el paseíllo desde el interior del edificio hasta el exterior. Con el fin de saludar y besar cariñosamente a los componentes del quinteto que aspiran a gobernar España. Y en una de ellas, no sé si en la segunda o en la tercera, caí en la cuenta de algo que tengo asumido desde hace mucho tiempo: la extraordinaria resistencia física que tienen las mujeres. Y de la que hacen gala en cuanto se les presenta la ocasión. Y ésta era una de ellas.
La presidenta de la Academia de Televisión, María Casado, soportando la baja temperatura, nos estaba diciendo, posiblemente, que se acabó el mito de la Dama de las Camelias. Y que las mujeres, ahora más que nunca, han de dar muestras de no ser ni frágiles, ni evanescentes, sino más bien robustas, duras ante el dolor, y dispuestas a enterrar a los hombres. Aun a sabiendas de que este vigor del cuerpo femenino, les sofoca.
Vestimenta inapropiada para enfrentarse a la baja temperatura marcada por los termómetros de Madrid en ese momento. María Casado, queriendo o sin querer, fue motivo de atracción durante el tiempo que estuvo cumpliendo con el protocolo. Y yo estuve, créanme, con el alma en vilo pensando que en cualquier instante la destacada periodista pudiera sufrir una tiritona. Es decir, una tembladera de dos pares... Vamos, de las que te mandan a la piltra donde se cuecen los catarros de calidad.
En cinco ocasiones, la presidenta de la Academia de Televisión hizo el paseíllo desde el interior del edificio hasta el exterior. Con el fin de saludar y besar cariñosamente a los componentes del quinteto que aspiran a gobernar España. Y en una de ellas, no sé si en la segunda o en la tercera, caí en la cuenta de algo que tengo asumido desde hace mucho tiempo: la extraordinaria resistencia física que tienen las mujeres. Y de la que hacen gala en cuanto se les presenta la ocasión. Y ésta era una de ellas.
La presidenta de la Academia de Televisión, María Casado, soportando la baja temperatura, nos estaba diciendo, posiblemente, que se acabó el mito de la Dama de las Camelias. Y que las mujeres, ahora más que nunca, han de dar muestras de no ser ni frágiles, ni evanescentes, sino más bien robustas, duras ante el dolor, y dispuestas a enterrar a los hombres. Aun a sabiendas de que este vigor del cuerpo femenino, les sofoca.
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