Nada más enterarme de que habrá partidos a puerta cerrada durante dos o tres semanas, debido a un virus, de cuyo nombre no quiero acordarme y que está acollonando a medio mundo, me vino a la memoria el Madrid-Nápoles jugado -septiembre de 1987- en un Chamartín vacío por la sanción impuesta por la UEFA al equipo madridista, tras el pisotón que le había propinado el inolvidable Juanito a Matthaus, jugador del Bayern de Múnich.
El Nápoles era Maradona y diez más. Aun así, había ganado la liga italiana de 1986-1987. Los napolitanos decían que el ritual milagroso de la licuación de la sangre de San Jenaro se había quedado corto ante el que representaba esa victoria de un equipo modesto, de la Italia meridional, en comparación con las potencias futbolísticas del rico Norte. Hacedor de ese milagro fue el juego de Maradona, decían en Italia, pero no sólo su juego, sino también su atractivo como jugador- espectáculo y al que había que dejar jugar a su aire y no lesionarlo para que los estadios se llenaran.
En Chamartín reinaba un silencio sonoro. La sonoridad de los balones al ser golpeados, de las carreras de los jugadores y de las palabras que se cruzaban entre unos y otros. Era un espectáculo extraño ver la soledad de un estadio acostumbrado a recibir noventa mil espectadores. Ganó el Madrid (2-0). Tantos marcados por Michel y Tendillo. Pero lo más destacado fue el marcaje que le hizo Chendo a Maradona. Lo anuló total y absolutamente. Logro conseguido con las armas que deben primar en un defensa: velocidad para anticiparse y saber medir las entradas a un rival que, con la pelota en los pies, parecía invencible.
El partido en San Paolo fue un infierno para el Madrid. Maradona había manifestado: "Acá, en Nápoles, no nos ganan ni con Di Stéfano". El partido, sin embargo, acabó en empate. Butragueño y Francini marcaron los goles. Y Maradona volvió a rendir por debajo de sus posibilidades. El 12 de octubre de 1988, España y Argentina jugaron un amistoso en el Sánchez Pizjuán, destinado a conmemorar el 75º aniversario de la Real Federación Española de Fútbol.
La selección Argentina estaba alojada en el Hotel Los Lebreros. Y allí se hallaba mi siempre recordado Antonio Betancort, legendario portero del Madrid y secretario técnico de la U D Las Palmas en aquel entonces, y gran amigo de Maradona. Betancort tuvo la feliz idea de presentarme al astro argentino. Quien me causó la mejor impresión. Me habló de fútbol como si me conociera de toda la vida. Y además me hizo el favor de concederle una entrevista a un periodista conocido por mí y que no se atrevía a pedírsela.
El Nápoles era Maradona y diez más. Aun así, había ganado la liga italiana de 1986-1987. Los napolitanos decían que el ritual milagroso de la licuación de la sangre de San Jenaro se había quedado corto ante el que representaba esa victoria de un equipo modesto, de la Italia meridional, en comparación con las potencias futbolísticas del rico Norte. Hacedor de ese milagro fue el juego de Maradona, decían en Italia, pero no sólo su juego, sino también su atractivo como jugador- espectáculo y al que había que dejar jugar a su aire y no lesionarlo para que los estadios se llenaran.
En Chamartín reinaba un silencio sonoro. La sonoridad de los balones al ser golpeados, de las carreras de los jugadores y de las palabras que se cruzaban entre unos y otros. Era un espectáculo extraño ver la soledad de un estadio acostumbrado a recibir noventa mil espectadores. Ganó el Madrid (2-0). Tantos marcados por Michel y Tendillo. Pero lo más destacado fue el marcaje que le hizo Chendo a Maradona. Lo anuló total y absolutamente. Logro conseguido con las armas que deben primar en un defensa: velocidad para anticiparse y saber medir las entradas a un rival que, con la pelota en los pies, parecía invencible.
El partido en San Paolo fue un infierno para el Madrid. Maradona había manifestado: "Acá, en Nápoles, no nos ganan ni con Di Stéfano". El partido, sin embargo, acabó en empate. Butragueño y Francini marcaron los goles. Y Maradona volvió a rendir por debajo de sus posibilidades. El 12 de octubre de 1988, España y Argentina jugaron un amistoso en el Sánchez Pizjuán, destinado a conmemorar el 75º aniversario de la Real Federación Española de Fútbol.
La selección Argentina estaba alojada en el Hotel Los Lebreros. Y allí se hallaba mi siempre recordado Antonio Betancort, legendario portero del Madrid y secretario técnico de la U D Las Palmas en aquel entonces, y gran amigo de Maradona. Betancort tuvo la feliz idea de presentarme al astro argentino. Quien me causó la mejor impresión. Me habló de fútbol como si me conociera de toda la vida. Y además me hizo el favor de concederle una entrevista a un periodista conocido por mí y que no se atrevía a pedírsela.
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