Ser más tonto que Abundio

Esta mañana estuve hojeando el Gran Libro de los Insultos. Diccionario que me regaló Sebastián Fernández (A propósito, amigo, debo decirte que echo de menos nuestras conversaciones). Y me atrajo una palabra como si tuviera imán. Pero, dado que yo no soy muy rápido de reflejos, tardé más tiempo de lo previsto en comprender a que se debía el atractivo que había ejercido en mí el vocablo Abundio. En ese instante de lucidez, comprendí que los abundios son actualmente todos aquellos que siguen cometiendo insensateces en la crisis que estamos viviendo. Así que voy a copiar literalmente la definición del palabro.

Abundio. Ser más tonto que Abundio es paradigma de la insensatez, cerrazón y cortedad de ingenio, virtudes propias de quien no discurre o llega a conclusiones desatinadas. Parece que el personaje existió entre los siglos XVII y XVIII en Córdoba, donde protagonizaría alguna solemne tontería parecida a la de Ambrosio y su carabina, aunque de naturaleza distinta. A Abundio se le achaca haber pretendido regar un cortijo 'con el solo chorrillo de la verga', con apenas agua, con solos los meados.

A lo mejor nos encontramos ante el precursor del riego por goteo, si no fuera porque la fuente del gota a gota en cuestión era su miembro viril, con lo que su idea quedaba en mera chorrada. En su día pasó por loco insigne, de quien también se dijo: Más tonto que Abundio, que en una carrera en la que corría él solo, llegó el segundo. Manuel García Pavón escribe en El reinado de Witiza (1968): "¿Cómo podrá avanzar el mundo con tanto abundio suelto?...".

Es la pregunta que se viene haciendo, sin solución de continuidad, todo el personal sanitario que lucha denodadamente por salvar vidas sin contar con el material necesario y en ocasiones defectuoso.