Once de octubre de 1988. Los alrededores del Hotel Los Lebreros (Sevilla) están repletos de aficionados que desean ver a los jugadores de la Selección Argentina que allí se alojan. Debido a que han de jugar frente a España un partido homenaje a la RFEF: como un acto más de los que se van a celebrar en el Día de la Hispanidad. Quien escribe compartía hospedaje. Los argentinos no cesan de hablar de fútbol en la sala de estar. Tan pronto veías a Pumpido pegando la hebra con Batista y a Calderón contándole cosas de Sevilla y de los béticos a Troglio y a Fabri...
Antonio Betancort, portero que fue de la Unión Deportiva Las Palmas y Real Madrid, lleva ya un tiempo formando parte del cuadro técnico del equipo amarillo. Nada más verme, me saluda y nos metemos en cháchara. Nuestra amistad se forja siendo yo entrenador y él un ojeador del deporte rey. Sus relaciones con los argentinos son muy buenas. Dado que en la Primera División Argentina descubre talentos para su equipo. Cuando aparece Diego Armando Maradona, el cual no cesa de bromear con los allí reunidos, Betancort no duda en presentarnos.
Rafael Peña, que ya era entonces un periodista todo terreno y un especialista en fútbol, arde en deseos de entrevistar a Maradona. De ahí su viaje desde Ceuta a Sevilla. Pero no aborda a la estrella argentina por temor a que ésta le diga que no es hora de conceder entrevistas. Así que decido contarle a Betancort el deseo del periodista ceutí. Y el canario, un grande en todos los sentidos, se lo comunica a Maradona. Y éste tarda nada y menos en dirigirse a Rafael Peña para que haga su trabajo.
Entonces comprendí que Maradona tenía el don de relacionarse con todo el mundo. Era incapaz de aprovecharse de su fama para darse pote alguno. Raro en alguien que era el mejor jugador de la época y uno de los más grandes de todos los tiempos... No olvidé nunca semejante comportamiento. Esta anécdota la conté en alguna que otra tertulia cuando la creí adecuada. Si bien recuerdo haber escrito acerca de ella hace ya bastante tiempo. Hoy, sin embargo, he creído conveniente evocarla. Aunque no me agrade redoblar el tambor.
Aquel España-Argentina terminó con empate a uno. Goles de Butragueño y Caniggia
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