Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 21 de diciembre de 2020

Fructuoso Miaja y el gol de Zarra frente a los ingleses

Fructuoso Miaja -concejal, senador y alcalde de Ceuta- cuenta en sus memorias cómo vivió en el penal de El Puerto de Santa María ese momento histórico de nuestro fútbol

En el economato teníamos una vieja radio de los años treinta -de marca Philco- que me permitió escuchar cómo Matías Prats nos contaba el Campeonato del Mundo celebrado en Brasil. Me emocioné con el gol de España; pues yo era partidario del Athletic y Zarra era uno de mis jugadores predilectos. La radio, además, nos daba compañía. Concha Piquer y Antonio Machín me ganaban con sus canciones y me permitían soñar con verlos actuar en cuanto obtuviera la libertad. En esa época, comienzo de los años 50, apenas me podía yo figurar que el trabajo de mi madre, llamando de puerta en puerta, iba a tener recompensa.

En aquel entonces nos llegaban noticias acerca de que los luchadores por la libertad seguían emperrados en combatir a Franco. El cual buscaba ya la ayuda imprescindible de los americanos. Algunos anarquistas continuaban peleando contra la adversidad. Dado que sobre ellos se extendía el olvido y la gente pensaba que lo mejor que podían hacer es deponer las armas. La ruina de los Sabater y los Facerías estaba cerca. Eran los últimos guerrilleros que se negaban a claudicar. 

Hasta el interior del penal llegó la noticia de que España, considerada tierra de paz y orden, se iba inundando de turistas. A muchos nos invadió una sensación de haber luchado en balde, es decir, de haber perdido el tiempo matándonos como bestias. Decían que el país iba cambiando en todos los aspectos. Era julio de 1950 y yo desconocía que me quedaban tres meses para ser indultado por el Caudillo. 

En aquel tiempo, yo me había ganado ya la confianza de los compañeros y empleados de prisiones y me fui haciendo a la idea de que corría menos peligro. Incluso hubo un administrador, recién llegado de Valladolid, que quiso hablar conmigo porque estaba convencido de que yo era el general Miaja que había sido trasladado desde una cárcel castellana a la de El Puerto. Ese hombre me protegió mucho más. Y mientras mi madre seguía insistiendo sobre mi indulto. Jamás desfalleció en lo tocante a visitar a las personas que podían intervenir favorablemente en mi caso.

La fe ciega que tenía mi madre -en lograr mi libertad- surtió efecto un 19 de octubre de 1950: cuando Franco firmó mi indulto. Me habían dado la buena nueva el día anterior; pero yo no lo creí hasta que el director me lo comunicó personalmente. Lo hizo por la tarde y le dije que deseaba irme al día siguiente  y muy temprano. Petición que atendió, pese a que estaba prohibida esa licencia. De mañana cogí lo bártulos precisos y, tras despedirme de mucha gente, crucé la puerta del penal después de seis años. Debo decir que nunca antes, aunque tuve oportunidad de hacerlo, quise salir de sus muros ni para ir al dentista. 

Recuerdo que lo primero que hice es sentarme en un banco del Parque Calderón, con unos amigos de El Puerto de Santa María, y les dije que jamás volvería a soñar con coger uno de los trenes que veía a través de los barrotes de una ventana de mi celda que daba a la estación.

 



 

 

 

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