Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 14 de mayo de 2021

La Liga está dando las boqueadas

La Liga está dando las boqueadas envuelta en una emoción producida por no saber a estas alturas qué equipo será campeón ni el que acompañará en el descenso al Elche y a la Sociedad Deportiva Eibar. Por más que el Valladolid sea el que está abocado a completar ese trío fatídico. Todo descenso es un mal trago para quienes lo viven. Tanto si lo tienen ya asumido o confían ciegamente en eludirlo antes de que el pitido final dicte sentencia. Presenciar esa escena nunca es agradable. Durante mis años como entrenador yo he visto ese drama en ocasiones. Y miraba hacia arriba buscando la protección para que ello nunca me sucediera a mí. Y tuve suerte...

Escribo al respecto porque me ha venido  la memoria el nombre de José Luis Mendilibar: entrenador tan capacitado como singular cuando habla. Tras cinco temporadas obrando milagros en el equipo armero, me lo imagino sufriendo lo indecible por saber que su equipo ha empezado ya a rodar por la ladera que conduce a la sima donde será despojado de la categoría. Hay técnicos que asumen la situación y guardan el consiguiente luto con el respeto debido. Otros, en cambio, aparecen antes de lo debido en los medios de comunicación dando lecciones de sapiencia futbolística. A éstos no se les pide que se metan a ermitaños, en absoluto; pero sí que guarden el silencio apropiado en tales casos. Y sobre todo que reflexionen acerca de la parte de culpa que les corresponde por la pérdida de categoría del club dirigido por ellos. 

En estos momentos, tan difíciles para los profesionales de los banquillos, tampoco se me olvida la labor realizada por Sergio González en el Valladolid. El cual ha estado casi siempre con la soga al cuello. Los hay que dicen que a todo se acostumbra uno. Pero no es verdad. Y si no que se lo pregunten a la familia de los entrenadores. A las que una simple mirada les basta para conocer el estado de ánimo de quienes sólo viven para darle vueltas al magín a fin de encontrar el remedio para curar los males de su equipo. Soportar tamaña presión lleva consigo perder el sentido del humor. Y hasta es posible que el carácter se agríe hasta extremos insospechados. Por lo que deberán morderse la lengua a cada paso para no responder de mala manera a las preguntas entendidas como necedades. 

Aun así, ser entrenador de fútbol es una tarea apasionante. Por lo que obliga a controlarse. Es exigente. Y sobre todo es cicatera en cuanto a que cualquier triunfo no es capaz de evitar que el técnico ya esté pensando en el siguiente partido mientras que a su alrededor futbolistas y directivos lo celebren por todo lo alto. Y lo peor de todo: es un deporte de conjunto en el cual el egoísmo individual impera hasta el punto de que el entrenador siempre tendrá detractores en la plantilla, en la directiva, en los medios de comunicación y en los aficionados. En suma, es un oficio donde el corazón se va desgastando a paso de legionario.   






 



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