Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

martes, 22 de agosto de 2023

Mirando hacia atrás

Cada verano, en llegando el mes de agosto, se agitan los recuerdos alojados en la alacena de mi memoria. Y siempre se abren paso los concernientes a mi arribada a esta tierra. Pocos días después llegó la expedición del Atlético de Madrid para jugar un Trofeo que parecía ya consolidado en Ceuta. En la ciudad reinaba un ambiente extraordinario. Pues los equipos participantes eran S. K. Slovan de Bratislava (Eslovaquia), Atlético de Madrid y A. D. Ceuta. Al frente de la expedición rojiblanca venía don Vicente Calderón. Y Luis Aragonés era el entrenador. Mis relaciones con ambos eran excelentes. Por motivos relacionados con el fútbol. 

Con Aragonés hice el curso de entrenador nacional en 1973. También me tocó jugar dos eliminatorias de Copa contra el Atlético de los Pereira, Leivinha, Leal y otros jugadores entrenados por él. Luis era singular. Al ser madrileño castizo, auténticamente castizo, no necesitaba hacer hincapié en el ejercicio. Era serio, responsable, tímido y temeroso siempre de traspasar esa línea que separa lo sublime de lo ridículo. Lo cual es muy dado en el mundo del espectáculo. Y el fútbol lo era cada vez más. 

Aragonés tenía fama de ser un cascarrabias al que había que acceder con mucho tiento. Cierto es que él se protegía de quienes lo abordaban, como si lo conocieran de toda la vida, con un semblante a la medida. Sin embargo, en cuanto se le trataba uno descubría de qué manera era cabal en la amistad y en las relaciones casuales con los que tenían algo que decir. De él, cuando sufríamos la dureza de las prácticas en el terreno de juego y de las dificultades de los exámenes escritos, recuerdo cómo se aplicaba por ser el número uno de los participantes en el curso celebrado en las instalaciones del INEF. de Madrid. 

En aquel tiempo los aspirantes debíamos estudiar con apuntes y éstos, lamentablemente, no llegaban a los que habitábamos fuera de Madrid, Barcelona y Sevilla.  Conque en el internado nos veíamos precisados a redoblar esfuerzos. Luis, en posesión de tales apuntes, desde un año antes, se presentó con la teoría aprendida. Y, nada más sentarnos a charlar en el Parador Hotel La Muralla, salió a relucir la muerte de Pepe Villalonga; ocurrida en ese curso del que era director. Y de las cualidades que adornaban a ese cordobés de trayectoria impecable como seleccionador y entrenador de los dos grandes equipos madrileños. Ganarse la confianza de Luis Aragonés no era tarea fácil. Lo puedo asegurar. 



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