Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

jueves, 13 de agosto de 2015

Antonio Fernández Muñoz

Nada más grato para mí que hablar de mi gran amigo Fernández Muñoz, a quien aprecié muchísimo y de quien recibí siempre su ayuda y su lealtad cuando nos tocó compartir muchas horas de viajes, de alegrías, de disgustos y sobresaltos; siendo él delegado de la Agrupación Deportiva Ceuta, y yo entrenador.

Antonio Fernández Muñoz  había ejercido de maestro de escuela. Trabajaba en Sanidad. Y fue concejal. Ni que decir tiene que le encantaba el fútbol. Era, por encima de cualquier otra cosa, un hombre bueno. Pero de verdad. Bueno y valiente. Y siempre estaba dispuesto a ayudar a quien necesitara algo que dependiera de él conseguirlo. He aquí una forma suya de proceder ante las dificultades.

Me explico: resulta que viajábamos en autocar, procedente de Albacete y estábamos ya a pocos kilómetros de Jaén, cuando el vehículo comenzó a deslizarse cuesta abajo por una carretera oscura como boca de lobo y peligrosa por la lluvia y el viento que persistían en hacerse notar violentamente. Era una noche de sustos.

Mera, que así se llamaba el chófer, iba hablando conmigo de un torero que ambos conocíamos muy bien. De pronto el autocar dejó de obedecerle y se encaminó hacia una curva, de una carretera secundaria, que daba a un precipicio. Gritó Mera porque se veía impotente para manejar el vehículo. Cuando parecía que nos íbamos a despeñar, las ruedas traseras se frenaron entre retamas y una capa de arena y piedras de cierto grosor. Amén del efecto que pudo causar la reductora y los frenos usados por el conductor, antes de sufrir éste una lipotimia.

Mientras el chófer estaba echado sobre el volante sin trazas de reaccionar, los jugadores salieron corriendo despavoridos hacia la puerta de salida y el autocar comenzó a balancearse por carrera tan alocada. En momentos tan peligrosos, Antonio Fernández Muñoz  se mantuvo a mi vera. Hasta que logramos reanimar al conductor y lo sacamos al exterior.

Una vez fuera, vimos una imagen dantesca: una de las ruedas delanteras estaba suspendida en el aire y abocada a emprender el camino del vacío. La imagen del autocar, con los faros encendidos, vista desde abajo del terraplén, causaba horror. Nos salvamos de milagro, según dijeron los guardias civiles que acudieron al lugar del accidente. Antonio Fernández Muñoz, cuando todos los expedicionarios huían a la desbandada, poniendo en peligro todas las vidas, ni se inmutó: se comió sus miedos y aguantó a pie firme en el lugar que le correspondía en esos momentos.






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