Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

jueves, 20 de agosto de 2015

Luciano Sánchez García, Vavá

Cuando yo llegué a Béjar (Salamanca), temporada 60-61, la industria textil vivía su mejor momento. Y al frente de ella estaban los miembros de una burguesía que habían defendido la 'causa nacional' con verdadero afán. Los mismos personajes que, cuando regresaban de Madrid, tras haberse dejado una pasta gansa en Pasapoga, Chicote o  El Abra, se dedicaban a celebrar la borrachera de la imbecilidad, dando vueltas con sus coches a la fuente de la plaza de España, del citado pueblo, y disparando con sus pistolas  al aire para que los vecinos supieran que, quienes mandaban tela marinera, ya habían regresado de sus farras y alegrías capitalinas.

De cualquier manera, a mí me encantó Béjar desde el momento en que un autobús de línea me dejó a la puerta de Yuste: restaurante situado en la carretera y donde nunca me sacié de comer la caldereta bejarana: guiso típico de patatas con carne de ternera aderezado con pimiento rojo, cebolla y laurel. Béjar contaba también con un escuela de peritos industriales, cuyos alumnos aportaban vida y alegría al pueblo.

Yo vivía al final de la calle Mayor. Y me encantaba en mis ratos libres caminar hasta el Castañar. Donde está el santuario de la Virgen, patrona del lugar. Y no pocas noches era cliente del recién inaugurado Hotel Colón. En él  disfruté de lo lindo viendo actuar a Lilián de Celis, entre otras artistasen el momento cumbre de su carrera.

En Béjar conocí a Luciano Sánchez García, a quien le llamaban Vavá. Dieciséis años tenía éste y todos los días ayudaba en las tareas habituales al jefe de material del primer equipo. Labor que, además de reportarle algunas pesetas, que le venían muy bien al chaval, por ser de familia muy necesitada, le permitía vestirse de corto y jugar con nosotros en los entrenamientos.

Vavá era ya más que promesa una realidad que estaba pidiendo a gritos jugar en categoría nacional. Andaba sobrado de juego y de carácter y marcaba muchos goles. Elche y Badalona, en 1963, se vieron obligados a jugar un desempate, correspondiente a un partido de la Copa del Generalísimo, en campo neutral. En el campo del Rayo Vallecano, que fue el designado, tuve la oportunidad de toparme con Vavá, convertido ya en figura del fútbol español. Y me lo pasé en grande oyéndole contar sus peripecias.

Al cabo de los años, casi finales de los setenta, coincidimos nuevamente. Fue en Mérida, cuando él formaba parte de la plantilla del Mérida Industrial. Club que había requerido mis servicios como entrenador para que lo sacara del último lugar de la clasificación. Vavá, ya no era ni sombra de lo que había sido. Es más, algunos de sus compañeros, los más jóvenes, ni siquiera sabían de su pasado y lo sometían a bromas de muy mal gusto y que yo cortaba de raíz.

Vavá seguía comportándose como un niño. Ese niño que llegó a encumbrarse en el fútbol, pero que nunca supo crecer en otros aspectos que le eran imprescindibles. Yo lo recuerdo, eso sí, con enorme afecto, extrayéndose la cajetilla de tabaco que llevaba siempre oculta en el calcetín, a la altura del tobillo. Fumaba más que un carretero.

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