Vengo leyendo con fruición en Libertad Digital el retrato biográfico que Federico Jiménez Losantos está publicando de Emilia Pardo Bazán. El verano me parece la estación apropiada para recordar a nuestros grandes personajes de la vida literaria de nuestro siglo pasado. Y, claro es, me he acordado de lo que dice Pedro Sáinz Rodríguez de doña Emilia en su libro Semblanzas. Descripciones físicas, morales y anécdotas que, seguramente, no saldrán en el retrato firmado por Jiménez Losantos.
Así que me he tomado la libertad de entresacar varios párrafos de la semblanza dedicada a la escritora gallega, por Pedro Sáinz Rodríguez:
Doña Emilia tuvo que pasar por la preocupación de que, siendo profesora catedrático o catedrática -como se discutió mucho entonces en los periódicos- de literaturas neolatinas, no tenía alumnos; era un catedrático sin alumnos. Esto se remediaba porque las conferencias, que recuerdo eran alternas, debido a la personalidad de doña Emilia, tenía un público ajeno a la Universidad.
Ella, para asegurarse de todas maneras una concurrencia y no tener que cerrar la cátedra por absoluta carencia de oyentes, invitaba a un buen número de muchachas y señoritas de la buena sociedad, amigas suyas; de manera que la cátedra de doña Emilia, hasta que yo llegué, fue una cátedra extrauniversitaria; no había ni un solo alumno matriculado oficialmente Por eso, cuando le comunicaron que en aquel curso contaba con un alumno oficial, su alegría y asombro no tuvieron límites y me acogió en palmitas, como algo caído del cielo.
Recuerdo muy bien las clases de doña Emilia. No hablaba; llevaba unas notas muy largas y abundantes que leía diciendo algunas frases para enlazar las notas entre sí; en realidad era una clase de lectura más que una clase hablada; trataba de literatura francesa y seguía fundamentalmente el manual de Brunetière. Recuerdo que una de aquellas señoritas, que estaba sentada junto a mí, un día me dijo en voz baja:
-Pero usted no toma nota de lo que dice doña Emilia...
-Señorita -le susurré-, tengo el libro de Brunetière, que es lo que está recitando.
Doña Emilia tenía conmigo, sigue diciendo don Pedro, otra relación por ser ateneísta y presidenta de la sección de literatura del Ateneo. En la época a que me refiero, doña Emilia era ya físicamente una señora absolutamente venerable; tenía la tez rojiza, de una pigmentación color ladrillo, los ojos le bizqueaban por la mucha miopía y le caía debajo de la barbilla la papada, a la que Cejador, con sus chistes un poco ordinarios, había aludido en algunas de las críticas hablando de la "barbilleta" de la Pardo Bazán, cosa que no sé qué tenía que ver con la literatura. Hoy, que conocemos muchas interioridades de la vida de doña Emilia, mejor que entonces, en que no eran más que murmuraciones, cuando la recuerdo me cuesta mucho trabajo explicarme sus aventuras eróticas. Creo que debió ser una galleguita dulce, pero siempre con un atractivo físico bastante moderado.
Como me invitaba a algunas comidas en su casa, que fueron inolvidables para mí, y en las que se hablaba bastante de política y literatura, por supuesto. Era yerno de doña Emilia el general Calvacanti y, cuando se tocaban temas literarios o culturales, a veces el general quería meter la cuchara en la discusión; entonces doña Emilia, con una cucharilla, tocaba en una copa a modo de campanilla llamando al orden y le decía:
-Tú cállate. Tú eres un héroe.
Y, efectivamente, lo había sido en la célebre carga de caballería de Taxdir (Marruecos), pero acataba a doña Emilia bajando las orejas, como un escolar arrepentido.
Aunque no tiene que ver nada con la Universidad, para terminar esta semblanza de doña Emilia quiero contar otro incidente que provocó en la biblioteca del Ateneo. Entonces yo era bibliotecario de este centro y sucedió pocos días después de la etapa de doctorado que acabo de relatar. El incidente con Doña Emilia consistió en que esta señora iba a dar una conferencia sobre el abanico -"Historia del abanico"-, y fue a la biblioteca a consultar diversos libros. Uno de los empleados del Ateneo vino a decirme:
-Don Pedro, esta mañana ha estado doña Emilia y ha cogido el tomo de la A de la enciclopedia Espasa y ha arrancado todas las hojas referentes a la palabra abanico.
Yo me quedé de una pieza y me dije:
-¡Caramba con doña Emilia! ¡Que caso de cleptomanía más acusado!
Y ordené al empleado:
-No haga usted nada; yo le escribiré.
Entonces dispuse que se adquiriese un nuevo volumen de la enciclopedia Espasa, el mismo que ella había despojado, y le mandé a su casa el tomo que estaba falto de las hojas arrancadas, con la factura del nuevo tomo que me mandó Dossat, el librero de la plaza de Santa Ana que surtía al Ateneo; se lo mandé con una tarjeta mía, sin añadir una palabra. Doña Emilia comprendió la alusión, se guardó la factura, la pagó, y se quedó por supuesto con el tomo rasgado. Con esto ganamos un tomo nuevecito para el Ateneo. Asistí a la conferencia sobre la "Historia del abanico", dice don Pedro, la felicité al acabar, y nunca hablamos una sola palabra, ni ella ni yo, del incidente de la enciclopedia.
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