Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

jueves, 29 de octubre de 2015

Mirando hacia atrás

Héctor Rial llegó al Madrid en 1954 y allí permaneció siete años para deleite de cuantos tuvimos la suerte de verlo jugar. La precisión de sus pases hacía vibrar a los espectadores. Todavía recuerdo una magistral actuación suya en un Trofeo Carranza. Eso sí, se había ganado fama de ser indolente.

En el verano de 1971 me inscribí en el curso de entrenadores nacionales que se celebraba en la que era entonces Ciudad Deportiva del Real Madrid. Como eran muchos los aspirantes, los dirigentes acordaron hacer una selección de los mejores candidatos, habilitando pocos días de exámenes. Y los aprobados se harían acreedores a pasar al curso siguiente.

Entre los numerosos aspirantes, divididos en equipos de trabajo, a mí me tocaron compañeros como Pachín, Santisteban, Antonio Ruiz, Sanchis, entre otros más. Héctor Rial, luciendo gorra y gafas de sol, era profesor de táctica y dirigía las pruebas recostado en un terraplén de uno de los campos de tierra del recinto deportivo del Madrid.

Cuando me tocó demostrar mis conocimientos, HR me dijo que desarrollara los movimientos de un 4-4-2 en defensa y en ataque. Como yo llevaba ya varios años ejerciendo de entrenador en categoría nacional, porque aún se podía hacer con título regional, la prueba fue coser y cantar para mí, ante la mirada expectante de mis compañeros; grandes futbolistas, muchos de ellos, pero que nunca habían dirigido equipos.

De pronto, la voz de Rial se oyó tan nítida como asombro causó entre mis compañeros que estaban cumpliendo su papel en el ejercicio, y asimismo en el resto de alumnos que atendían a cuanto estaba aconteciendo en el terreno de juego: "De la Torre, se le nota que usted sabe mucho de tácticas. Así que no se extienda más... El ejercicio ha terminado.

Héctor Rial me calificó con un cero. Santisteban, que sabía maneras, procuró calmarme en el preciso momento que yo quedé enterado del atropello que el argentino había cometido conmigo. Sin darme la menor explicación. Ni que decir tiene que el hecho se propaló rápidamente entre todos los participantes en aquel curso selectivo.

Acudí presto a visitar a Luis Élices, tan amigo de Rial como mío, para ver si era posible conocer el motivo por el cual había sido yo suspendido. Y mi amigo me habló con claridad meridiana, tras hacer las gestiones oportunas. "Mira, Manolo, Héctor es muy buena persona, y yo lo conozco muy bien. Pero le puede la comodidad y lo pierde la fe en sus amigos. Amigo de Héctor es don Pedro Escartín. Y éste, después de lo ocurrido contigo en su piso, cuando te subiste a las barbas de él, le pidió que se fijara en ti. Pero no para bien... Hazme caso: olvídate de lo sucedido y el próximo verano te vuelves a  inscribir en el curso. Y verás cómo todo será distinto".

El siguiente verano volví a presentarme al curso de entrenadores nacionales. Y logré muy buenas notas y un puesto destacado entre todos los que lograron el título. Afortunadamente la cosas tuvieron, además, un feliz epílogo. Hector Rial reconoció su error y quiso hacerse perdonar. Y lo hizo cuando yo estaba despidiéndome de otro gran futbolista, entrenador y enorme persona: Héctor Núnez. El cual formaba parte destacada del grupo de profesores. La bondad, según me me dijeron, era una dote de su carácter. Del carácter de Rial.






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