Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Mourinho lo está pasando mal

De la soledad del entrenador se ha escrito mucho por quienes no tienen ni idea de cómo ha de soportarla la persona que arde en deseos de que su don de mando genere la devoción de los mandados y que ello repercuta en la obtención de buenos resultados. Las victorias sirven para hacer algo más llevadera esa responsabilidad agobiante que el cargo engendra. Pero no le evitan al técnico ser el que menos disfrute del momento del éxito.

Acabado el partido, y tras atender a los periodistas, el entrenador, una vez que ha paladeado el sabor de la victoria, o bebido de las hieles de la derrota, debe ponerse a cavilar por qué ha ganado, empatado o perdido su equipo. De no hacerlo, nunca sabrá si su trabajo es el más conveniente y, por supuesto, si las decisiones que ha tomado en ese partido han sido las mejores. Tampoco podrá evitar que sus pensamientos se centren en las bajas que haya habido por lesión o expulsión y la mejor manera de suplirlas en el próximo encuentro.

Los entrenadores, cuando están en la cresta de la ola, y dado que el fútbol es el deporte rey entre los deportes de masa, deben ser actores. Lo fue Helenio Herrera y a partir de él los ha habido que han seguido sus pasos. Cambiando lo que haya que cambiar por el transcurrir del tiempo y las evoluciones habidas... Para bien, claro está. En la cresta de la ola, según dicen los que saben, hay soledad y vértigo. Porque siempre se está expuesto al capricho de circunstancias que a veces no son predecibles.

José Mourinho es un afamado entrenador a quien los éxitos le han acompañado en su ya dilatada carrera. Hablar de portugués es hacerlo de uno de los más grandes técnicos del fútbol mundial. Obras son amores... Reconocido es su don de mando y la devoción, salvo excepciones, que sienten por él los mandados. Lo cual le ha valido para sentirse un  privilegiado. Pues dirigir una plantilla de futbolistas no es tarea que esté al alcance de cualquiera. Y mucho menos ganarse el respeto de casi todos los componentes de la misma.

Pero ese afecto que sienten por él sus jugadores es, a veces, el peor enemigo del entrenador a la hora de aceptar la necesidad que tiene de hacer cambios en un grupo con el cual ha ganado dos o tres títulos en una temporada. El Chelsea, equipo que vengo viendo casi siempre que juega, dio la temporada pasada, durante muchos partidos, muestras visibles de ser un conjunto parsimonioso y que iba a menos con celeridad. Compuesto por centrales lentos, y laterales estancados, en el tramo final de la Premier League el equipo estuvo sólo encomendado a la velocidad mental de Cesc Fábregas, al juego del prodigioso Hazard y a la intrepidez de Diego Costa. Y, sobre todo, a las intervenciones extraordinarias de Thibaut Courtois.

Pues bien, tras lo dicho, me niego a creer que Mourinho no supiera que su equipo podría pasar por algo parecido a lo que está pasando. Y que, tras sopesar bien el problema, decidiera continuar con los mismos jugadores, una temporada más, como premio a lo logrado, y confiado ciegamente en sus métodos de trabajo. Y se ha encontrado con que no. Que el entrenador no debe pensar nunca con el corazón. Y si a eso se le une la fobia que suscitan los entrenadores exitosos, cuando se quejan abiertamente de los árbitros, aunque a veces lleven  razón, la situación puede ir de mal en peor para él en el Reino Unido.

En tan difícil situación, que es en la que está Mourinho, es cuando más se necesita echar mano del carácter flemático para no dejarse dominar por los nervios. A no ser que Mourinho esté ya deseando dejar al Chelsea, tras los triunfos obtenidos, por ser entrenador que se aburre de estar tres temporadas en un mismo sitio. Suele suceder. Y es que hasta lo bueno cansa.


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