Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 25 de enero de 2016

Sobre pactos políticos

En enero de 2015, hace un año, me dio por vaticinar, sin ser politólogo ni nada que se le parezca, el escenario político que nos tocaría vivir tras las las elecciones generales y, sin ánimo de regodearme en el pronóstico, debo decir que acerté plenamente (quien desee comprobarlo lo tiene fácil). No tuve ninguna duda en augurarle a Mariano Rajoy muchas dificultades para formar gobierno al dar por descontado que no lograría la mayoría necesaria. Y hasta adelanté las más que posibles alianzas para impedir que el PP siguiera gobernando. Lo que no vislumbré es que los odios entre los candidatos a presidente fueran tan africanos. Y mucho menos la aversión que Pedro Sánchez siente por el presidente en funciones.

Ante semejante panorama, me ha dado por adentrarme en el pasado para recordar otras situaciones similares que se han producido en España. Así que trataré de pasar de puntillas por ellas. Debido a la falta de espacio. Ocurrió en 1931, durante la II República, que al dimitir Alcalá Zamora, todo el mundo estuvo de acuerdo en que para mantener en vida el gobierno de coalición republicano y socialista sin dar entrada a nuevos ministros no había más alternativas que elevar a Manuel Azaña a la presidencia. La razón era muy simple: los socialistas no podían presidir el gobierno ni aceptaban la presencia de un radical; los dos partidos mayoritarios quedaban, por tanto excluidos. Había que buscar al candidato en alguno de los ministros de los partidos minoritarios y, entre estos, no había mucho donde elegir.

Álvaro de Albornoz y Marcelino Domingo carecían de consistencia y de autoridad sobre el resto de los partidos; el catalán, Nicolau d'Olwer, no representaba a la Ezquerra, y Casares, gallego él, no había tenido ocasión de darse a conocer desde su cómodo ministerio de Marina. Quedaba Azaña, que además de haber acometido con decisión la reforma militar acababa de solventar el arduo problema planteado por el artículo 24 del proyecto constitucional con un discurso que sirvió al menos para que la coalición gobernante no saltara hecha pedazos. A partir de ahí todos sabemos que los españoles terminaron a tiros.

En 1993 les tocó a los socialistas vivir la crisis del desgaste y de la corrupción lo que unido a una crisis económica internacional y, cómo no, al terrorismo y al caso de los GAL hicieron que el presidente del Gobierno decidiera adelantar las elecciones. Las que ganó el PSOE en junio por una minoría que le obligó a pactar con tres partidos nacionalistas -CIU, PNV, y Coalición Canarias- para que Felipe González fuera investido presidente.

José María Aznar fue elegido presidente en 1996,  gracias a los votos de los partidos nacionalistas: CIU, PNV y Coalición Canaria. Y qué decir de José Luis Rodríguez Zapatero en 2004... Pues que necesitó, al ganar las elecciones por minoría, la ayuda de todos los partidos habidos y por haber. Una lista interminable de siglas que no cabrían aquí.

Lo cual evidencia que en España los pactos entre partidos de ideas y pretensiones radicalmente opuestas han sido siempre posibles. En cambio, ahora existe la impresión de que nadie se fía de nadie y sobre todo nadie se fía de Podemos. Quizá sea porque en España seguimos dándole mucha importancia al hábito. Y no agrada el ropaje de mendigos ricos.







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