Existe un auténtico concurso diario entre las diversas cadenas de televisión para ver cuál de ellas bate el récord de las malas noticias. ¿Cómo sorprenderse de que sintamos una especial atracción por las emisiones deportivas? Único terreno en el que, de vez en cuando, tenemos un aire satisfecho. Porque si siempre existe un perdedor, forzosamente tiene que haber un ganador. Así opina un amigo mío.
Amigo que rebosa imaginación, y manifiesta que la televisión, aparentemente, es como el tabaco: se dice que es malo, pero no se puede pasar sin él. Tampoco se corta lo más mínimo en opinar que el carácter siniestro de las informaciones no deja de ser el resultado de una propaganda gubernamental bien orquestada, y lo apostilla: Cuanto más inquietas están las gentes más votan por el poder establecido.
Y continúa expresándose: en la calle los hay que no se cansan de decir que los jóvenes de Podemos infestan los pasillos de las televisiones, pintando cono tonos lúgubres la actualidad para socavar la moral de la nación y hacer posible que Mariano Rajoy se dé el piro cuanto antes y deje el Partido Popular hecho unos zorros. Tan maltrecho que no haya nadie con bríos suficientes para lograr una gran coalición. Máxime cuando la corrupción valenciana ha irrumpido en escena como un huracán devastador.
Cuando le hago a mi interlocutor la observación de que la actualidad manda, que los periodistas de la televisión no fabrican las malas noticias de las que dan cuenta, él me arguye que alguna buena habrá. Y a mí se me ocurre responderle que las mejores están dedicadas al FC Barcelona. Que es el equipo más querido por los españoles. Y, claro, mi amigo se encoleriza de tal manera que temo que le pueda dar un jamacuco.
Pasado el momento de ira de mi amigo, le recuerdo que la mala noticia del paro en enero es una verdad como un templo y no un capricho de los periodistas. Y la buena es, para mucha gente, que el Rey haya encargado a Pedro Sánchez formar gobierno. Mi amigo, que es votante del PP e hincha del Madrid desde que vestía pantalones cortos, vuelve a encabritarse. Su enojo me llega a través del teléfono en forma de improperios contra los socialistas y contra Mariano Rajoy. Al cual pone como chupa de dómine por la ruina que le ha buscado al PP.
Y a mí, por ser mi amigo, me toca aliviar en parte su desconsuelo: a Pedro Sánchez le va a costar lo indecible llegar a acuerdos con diversos partidos para ser investido presidente. Ahora bien, mucho me temo que, pese a los muchos inconvenientes que se vislumbran para que los socialistas gobiernen, no tengo la menor duda de que la depresión ha comenzado a cundir ya entre los populares.
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