Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

martes, 16 de febrero de 2016

Los hombres privados de trabajo

Hay un poema de Rudyar Kipling, bastante pomposo y solemne, que podía ser resumido así: "Si sabes callarte cuando sufres o tienes dificultades... Si te burlas de lo que los demás piensan de ti a tu espalda... Si puedes seguir teniendo la cabeza sobre los hombros incluso cuando estás enamorado... Si puedes tener problemas de dinero y complicaciones profesionales sin caer en la más negra depresión... TÚ SERÁS UN HOMBRE, HIJO MÍO...".

Se sobreentiende: el hecho de ser un hombre representa el 'non plus ultra' de la condición humana, pero hay que mostrarse digno de tal honor. La última frase, "TÚ SERÁS UN HOMBRE, HIJO MÍO", resaltada en grandes mayúsculas para subrayar bien claramente su importancia. ¡Maldito Kipling! Diría cualquier hombre de los que en los últimos años vienen sufriendo la lacra del paro. No cabe la menor duda de que el escritor y poeta británico no era consciente de la angustia existencial del hombre privado de trabajo.

No me cansaré de decir que la falta de trabajo le causa al hombre intranquilidad y padecimiento intenso. Y no solamente culpa a la sociedad que le ha arrebatado la posibilidad de ganarse la vida, sino que también duda de sí mismo, de su capacidad. Ya que un hombre sin trabajo, insisto, experimenta un miedo grande. Una aflicción permanente. No es la primera vez que yo escribo del pánico de los parados. Y tampoco renuncio a decir que es algo que he vivido tan de primera mano como para saber que un hombre sin trabajo va de un lado a otro por la casa, como un perro abandonado.

El hombre sin trabajo es propenso a salirse de madre. Puesto que está siempre escamado, mosqueado, y en cuanto se le habla de su situación o se le recomienda algo al respecto, pierde los papeles. Se indigna y hasta se pone belicoso. El hombre deja de ser hombre cuando se queda en el paro, sostiene Waisiblat. El paro le pega al hombre en la identidad misma. Pero como la sociedad -como otrora dijo Kipling- le pide al hombre que pueda con todo, éste no suele demandar ayuda si no le ve las orejas al lobo.

Los hombres que están parados son tantos como para que haya muchas familias sufriendo lo indecible. Familias que están pasando malos trances. Por lo que a cada paso se oye lo siguiente: "El marido de X está parado y teniendo tres niños, la pobre está pasando el Equinoccio". La pobre sufre en silencio no sólo la falta de posibles para poder poner la olla todos los días, sino que además, en cuanto se atreve a opinar sobre algo, el marido, sumido en su tristeza infinita, le responde con la brusquedad del hombre que deja de ser hombre cuando se queda en el paro. Y a partir de ahí los problemas se duplican.

Parece ser, según le he leído hoy a un experto en el asunto, que los hombres privados de trabajo necesitan ser tratados para que no pierdan en cualquier momento el oremus y... armen la marimorena. Con el consiguiente peligro para los suyos. Se ha descrito con frecuencia el desasosiego psicólogico del parado. Y es que más allá de la inquietud material, el hombre privado de trabajo, experimenta aversión hacia todo lo que le rodea.   


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