Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 25 de marzo de 2016

F. Miaja: Botones en el Banco Popular

El paro era grande y muchas las necesidades -dice Fructuoso Miaja-. A los jóvenes, en cuanto cumplíamos los 14, 15 o 16 años, sólo nos quedaba buscar la manera de aprender un oficio y ver si de paso nos daban unas pesetillas para ayudar en casa. En tal situación andaba yo cuando mi tío, Segundo Miaja, me dijo que ya iba siendo hora de que me pusiera a trabajar. Me lo dijo para saber cómo reaccionaba. Y, nada más ver mi cara de satisfacción, me chocó la mano y me aseguró que en apenas nada tendría muy buenas noticias.

Y así fue: muy pronto me entrevisté con el director del Banco Popular, Domingo Sastre, a quien me había recomendado mi tío, y de esa entrevista salí convertido en botones. El director me habló, entre otras cosas, de que el banco solía tener muy en cuenta la discreción y prudencia de sus empleados. Y que a partir de esas cualidades, con tal de que me aplicara un poco, bien podría abrirme paso en la entidad. El banco estaba situado en la plaza de los Reyes. Y enseguida me gané la confianza de quienes trabajaban en él.


Empecé ocupándome de muchas cosas, pero especialmente me hicieron cargo de los impagados. De modo que los documentos protestados caían en mis manos por la mañana y estaban en mi poder hasta la hora en que debía entregarlos en la notaría. La cual se hallaba en la calle de Alfau. Eso sí, los clientes sabían de sobra que podían recurrir a mí para retirar los protestos poco antes de presentarme yo en las oficinas del notario.Y lo hacían muy a menudo. Dada mi discreción. Pues es verdad que de mi boca nunca supo nadie quién pecaba de morosidad. Una actitud agradecida por los clientes y muy estimada por parte de la dirección del Banco Popular.

Ganaba cincuenta pesetas al mes y encima me costeaban el uniforme de botones. Cuando le había cogido el aire a mi trabajo y todo parecía ir sobre ruedas, hubo una huelga general secundada por mis compañeros y a la cual yo me sumé. Entre otras razones, porque mi madre así lo quiso. Era una de las muchas huelgas habidas ya en ese tiempo y que luego serían innumerables.

Y es que España, metida en los años treinta, comenzaba a ser tierra de motivaciones políticas y las gentes empezaban a reivindicar con violencia derechos que nunca antes fueron atendidos. Era como si la paciencia se hubiera terminado y las masas estuvieran dispuestas a que se atendieran sus reclamaciones deprisa y corriendo y sin concederle el menor respiro a un Gobierno que se veía desbordado por las exigencias de unos y otros. En fin, me estoy adelantando a hechos de los cuales hablaré en su momento.

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