Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 28 de marzo de 2016

Los políticos están desprestigiados

Han pasado ya más de tres meses desde que se celebraron las elecciones generales. Desde diciembre -y salvo los días de la Sermana Santa- todo ha girado alrededor de los partidos políticos y de la necesidad de que éstos acordaran las alianzas correspondientes para formar Gobierno. Ni que decir tiene que han imperado los desacuerdos y han destacado los egoísmos y la altanería de los negociadores. Tan mala imagen ha hecho posible que los ciudadanos vuelvan a opinar sobre la conveniencia de corregir los defectos de la partitocracia. Lo cual es tan conveniente como así mismo no dejarse arrastrar por utopías angélicas o demoniacas.

Pues sería absurdo creer en ese cielo que nos promete Pablo Iglesias. Entre otros motivos, porque no creo que a estas alturas le sea posible a Podemos someternos a un ámbito político cerrado y sin escapatoria; autoritarismo supuestamente benevolente basado en la estricta aplicación de criterios racionales, reglamentación minuciosa de la vida cotidiana de todo el mundo (incluidos los momentos de ocio, las relaciones familiares o la sexualidad), abolición de la propiedad privada y sometimiento de cada individuo al bien común. O sea, fiel cumplimiento de cuanto acertó a escribir Tomás Moro y quienes le secundaron.

Ahora bien, tanto a quienes gobiernan como a la tribu política les urge darse cuenta de que el desprestigio que han ido acumulando es tanto como para que la aversión hacia ellos sea cada día mayor. Lo cual hace que la gente se aparte de la política, y no porque se desinterese de los asuntos públicos sino porque, sin duda, está harta de los políticos. El resultado es que política y sociedad andan divorciadas, el ciudadano no se siente representado por nadie y el sentimiento de frustración -sobre todo en épocas de crisis económica- produce efectos de repulsa y hastío.

En estos momentos, además, es cuando el juego de los partidos políticos debería ser ya mucho más de conciliación y consenso que de confrontación y bronca. En la sociedad de la complejidad y de la incertidumbre, lo que procede es sentarse a una mesa y debatir serenamente las prioridades. Ciertamente, la pugna electoral parece todavía necesaria, y la pantomima de los partidos políticos habrá de durar un tiempo, porque de algún modo hay que organizar el teatro y la selección de líderes.

Aunque, como bien decía Emilio Romero hace ya muchos años, se echa de menos la conciencia lúcida de que todo es un juego, se echa de menos el humor del genuino pluralismo. Porque en democracia -a diferencia de las dictaduras- no hay verdades absolutas. La democracia es un sistema para ridiculizar teatralmente las diferencias. Pues los parlamentos se inventaron para exorcizar mediante la palabra el odio. Porque un demócrata, por definición, es alguien que no se toma en serio a sí mismo. No está, pues, uno en contra del teatro parlamentario. Lo que uno denuncia es la mala calidad de ese teatro.

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