De los cuarenta y tantos millones de ciudadanos que votan, dice mi amigo, profesor jubilado y muy conocido por su bagaje cultural y político, solamente quince están informados para la responsabilidad del protagonismo; otros quince están informados a medias; y los restantes carecen de información. Así está la soberanía popular... Y delante de ella, para excitarla o seducirla, aparecen los políticos listos, los embaucadores, los pícaros, algunos virtuosos, ciertos camándulas, también ambiciosos de botín, ejemplares magníficos de desvergonzados, ideólogos de guardarropía y... suma y sigue, querido Manolo.
Mi querido profesor, a quien conocí en 1982, cuando la palabra democracia sonaba a todas horas como si fuera El bálsamo de Fierabrás, solía decir que entre los políticos se advierte frecuentemente la zafiedad, la demagogia, la venalidad y la torpeza; y todo ello porque en la política priman las ambiciones, la mediocridad, y los odios cainitas por encima de los intereses del pueblo. Y puedo decirles que le importaba un bledo y parte del otro ser mirado de manera esquinada por quienes no compartían su opinión. Que eran casi todos los contertulios.
Así que le pregunto si con el paso de los años la democracia se ha ido deteriorando hasta hablarse de ella de manera desdeñosa y hasta con desprecio. Y, tras tomarse un respiro, el profesor me responde así: "En realidad, dada la nefasta situación política reinante, resulta tarea fácil a los ciudadanos poner el grito en el cielo contra el sistema considerado menos malo. Así las cosas, no hay más remedio que aceptar la democracia, porque la dictadura es pastores y ovejas".
-¿Qué te parece Pablo Iglesias?
-Tengo la impresión de que Pablo Iglesias, cantando de muchacho en el coro de su barrio, pues tengo entendido que le gusta tocar la guitarra y cantar, lanzaba un gallo adrede para distinguirse de los demás. Acierte yo o no, mi creencia indica muy bien cuál es el carácter del personaje.
-Vamos, que no es santo de tu devoción política...
-No. Y debo decirte que trato por todos los medios de no irritarme cuando lo veo perorando en las televisiones. Más bien porque no quiero que se me suba la tensión. La cual ya de por sí la tengo alta. Y te explico: Me molesta su tono profesoral. Amén de que su expresión pedante y rebuscada y su terquedad fanática le hacen a veces muy cargante. Tiene demasiada palabrería y cursilería para ser creíble.
-¿Entonces?
-¡Ajo y agua! ¡Ajo y agua! Querido Manolo.
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