Perdida la guerra, la gente procuraba irse desde Madrid a Alicante. Ni que decir tiene que reinaba una gran confusión. Lo primero que hice es marcharme a Aranjuez.. Y la suerte se alió conmigo. Pues dada mi condición de chófer me ofrecieron conducir un Hispano-Suizo y acepté encantado. Los compañeros de viaje se echaron a dormir y despertaron cuando estábamos entrando en la ciudad alicantina.
En Alicante las tropas italianas mantuvieron una especie de zona neutral. Y allí nos congregamos casi 30.000 personas. Pero los soldados y mandos del Ejército Popular, carentes de medios, no podíamos huir. Así, a medida que pasaban los días, la angustia aumentaba porque las tropas rebeldes estaban a punto de llegar. Algunas personas, extenuadas y temerosas de las represiones, optaban por suicidarse. En cuanto llegaron las fuerzas vencededoras, nos agruparon en un descampado llamado los Almendros. Creo recordar que fue un 17 de julio de 1939.
La situación era desesperante en todos los aspectos. Vivíamos bajo el terror de ser fusilados en cualquier momento. Lo cual sucedía cada dos por tres. Y lo hacían de forma que pudiéramos oír los gritos de quienes eran asesinados. Estabámos sometidos a toda clase de vejaciones. Y de no haber sido por la presencia de los italianos, los rebeldes habrían cometido muchas más atrocidades.
En los Almendros estuvimos dose semanas, porque en el campo de fútbol y en la plaza de toros no cabían más cautivos, antes de enviarnos a La Albatera. Escenario habilitado como campo de concentración. En este campo permanecí un año. Luego me trasladaron a Portacoeli, en Valencia. Portacoeli era un sanatorio cuya construcción había empezado en la República y que había quedado a medio construir. En él tuve la suerte de conocer a un buen hombre: se llamaba Tomás y era el cura de Betera. De él tuve siempre la impresión de que era republicano. Un día llegó un juez, y tras revisar mi expediente, abierto en su momento, decidió enviarme a Ceuta.
En efecto, el director del Reformatorio de Adultos de Alicante, Miguel Guerrero Blanco, certificó que se me había puesto en libertad, en régimen de prisión atenuada, gracias al coronel presidente de la Comisión de Clasificación y Excarcelación de Presos de Ceuta. Ocurrió un 19 de octubre de 1941. Había cumplido 22 años y estaba vivo. Menuda suerte. Máxime cuando pensaba en los innumerables compañeros que habían caído y los que estaban cayendo. Sin embargo, a mí se me presentaba la oportunidad de cumplir con un deseo que llevaba mucho tiempo dando vueltas en mi cabeza: regresar a mi casa, en el muelle español, y abrazar a mi madre hasta que ella me dijera basta.
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