Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 5 de agosto de 2016

Con Ariana en San Antonio

Todos los años, a principios o a mediados de agosto, me suele llamar la viuda de un amigo con quien compartí momentos extraordinarios en Ibiza. SG  llegó a la isla para trabajar en un hotel, avanzados los sesenta, y se quedó allí para siempre. Los veranos de Ibiza han sido siempre el destino preferido de muchas familias andaluzas para trabajar y ganar unos dineros con los que poder vivir decentemente durante las demás estaciones en el pueblo de nacimiento.

SG llegó formando parte de un grupo de parientes y amigos de un mismo pueblo y tuvo la suerte de casarse con un empresario balear y la vida le cambió por completo. Yo conocí al matrimonio nada más aterrizar en el aeropuerto de Es Codolar. Creo recordar que fue en noviembre de 1971. Y a partir de ese momento se fue forjando nuestra amistad.

Hoy he estado hablando con ella y me ha puesto al tanto de cómo por culpa del precio abusivo de los alquileres los trabajadores andaluces por temporada han decidido regresar a sus lares. Lamentable situación, propiciada, según ella, por un un turismo que acapara todas las viviendas aunque tengan que pagar precios muy elevados.

Ni que decir tiene que mi conversación con SG  acaba siempre por hacerme recordar los mejores momentos vividos en Ibiza. Y antes de ponernos tristes, que solemos ponernos, no tenemos  ningún inconveniente en despedirnos hasta el verano próximo, si no hay motivo que demande volver a las andadas. Eso sí, este verano nos ha tocado hablar de mi sitio preferido: San Antonio. Y le he contado la siguiente historia.

En San Antonio vivía yo más que bien. Había buenos hoteles, clubes nocturnos, música a discreción e infinidad de caras bonitas. La población flotante la integraban en verano gentes de todos los países del mundo. Y en las arenas de sus playas florecían los lirios. Lo cual era un espectáculo tan sorprendente como digno de admiración.

SG sólo me interrumpe para decirme que mis ratos de ocio en San Antonio son los que me daban fuerza suficiente para hacer de la S D Ibiza un equipo ganador.

A mí sus palabras me hacen reír. Pero le pido, dada nuestra amistad, que me permita continuar.

En San Antonio, en uno de los paseos conducentes a los primeros tramos del puerto, bajo los árboles, se extendían las terrazas de los cafés y destacaban muchas y bulliciosas tertulias. Una amiga mía, francesa ella, y profesora por ser políglota, siempre me decía que aquellas terrazas eran un calco de las parisinas. Donde las gentes tenían tiempo para sentarse en los cafés y charlar. Tiempo para seguir sentados, después de la cena. Y tiempo para mirarse sin tapujo unos a otros.

Ariana, que así se llamaba mi amiga, fue la primera que me habló de la diferencia que hay entre los hombres  y las mujeres mientras disfrutábamos de una noche veraniega en San Antonio.

-Mira, Manolo, la diferencia que hay entre los hombres y las mujeres es que ellos hablan bien de ellas y las tratan mal, mientras ellas hablan mal de ellos y los tratan bien.

Ante mi negativa, Ariana, en un alarde franqueza, habló así:

Sabido será por ti, Manolo, puesto que es la comidilla de toda Ibiza, que yo mantengo relaciones con un señor perteneciente a una rica familia del lugar. Y, cuando nos vemos,  raro es que no me hable de lo mucho que vale su mujer. De lo encantadora que es. De cómo se desvive por sus hijos. De cómo lleva las riendas de la casa... Hasta que, llegado un momento, me veo obligada a cortar de raíz su perorata.

-Por qué, Ariana, por qué...?

Porque mi amante, que tiene su encanto, no deja de ser un tipo que no cesa de darse pote todo el día. De recrearse en su buena suerte. Por tal motivo, le reconoce a su mujer, en este caso, muchas más cualidades que las que él tiene. Ese retrato que hace de la mujer, ante mí, le vale para dejar claro que si él es amado por una mujer modélica es, sin duda, porque él lo vale. Y, por tanto, debe ser digno de admiración.

Y Ariana, parisina políglota, ciudadana del mundo y enamorada del amor, resumía lo hablado de manera contundente: Esta necesidad de valoración es muy corriente en los hombres: Una mujer que tiene un mal marido es una víctima; un hombre que tiene una mala mujer es un ser lamentable. Manolo, creéme que así lo pensamos casi todas.

SG, mi querida amiga, que me había escuchado atenta y pacientemente, me respondió que Ariana era una mujer de ideas muy avanzadas.













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