Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Alfonso Conejo y Javier Díez

Coincido con Alfonso Conejo en mi paseo matinal y, tras los saludos de rigor, me dice que ha regresado de sus vacaciones en tierras gaditanas. De modo que se impone la charla con quien aprecio de veras. Ni se me ocurre preguntarle si le ha afectado mucho el levantazo que ha predominado durante agosto en la Bahía gaditana. No vaya a ser que me responda con la guasa de la calle Ancha.

Bromas aparte, hablar con AC es siempre un placer. Así que nunca desaprovecho cualquier oportunidad que se me presente para intercambiar impresiones. En esta ocasión, le he contado que mi veraneo en la playa de El Chorrillo me ha servido para restañar las heridas recibidas en una primavera que irrumpió en mi vida con las ideas de un miura acostándose por los dos lados.

Alfonso, por conocerme muy bien, se ríe por lo bajini y espera que yo siga dándole a la sinhueso. Y yo decido cambiar el tercio para comentarle que no entiendo los motivos que tienen los periodistas españoles para tratar de desprestigiar, por cualquier nimiedad, a José Mourinho. Y AC, como no podía ser de otra manera, pone cara de póquer. Inexpresividad que yo traduzco enseguida:

-A mí que se metan con Mourinho me importa un bledo y pàrte del otro -querido Manolo.

Menos mal  que en ese momento Javier Diéz Nieto, que pasaba por el Paseo de la Marina, se sumó a la conversación. Y abrió la boca para soltar el topicazo correspondiente: "Seguro que los problemas de la ciudad ya están arreglados". A renglón seguido, y quizá debido a un parecer emitido acerca de las injusticias, Javier -Inspector de Policía jubilado, doctor en Derecho, y político del PP con disfrute de cargo en uno de los gobiernos de Vivas, y también articulista- dejó caer que la separación de poderes convertida, gracias a Montesquieu, en una especie de dogma, brilla por su ausencia.

Dado que no era el momento de enfrascarse en una charla política, aprovecho la ocasión, en mi escritorio, para decir dos o tres cosas de Montesquieu. Y que no me cabe la menor duda de que Javier, por ser un tipo ilustrado, se las sabrá de memoria. Montesquieu se contenta con afirmar que el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial no deben encontrarse en las mismas manos, pero de ningún modo piensa en preconizar una rigurosa separación entre los tres poderes. Inexistente por lo demás en el régimen inglés que lo había cautivado.

Tampoco conviene olvidar, querido Javier, que Montesquieu, presidente del Parlamento de Burdeos, defiende con vigor los privilegios de los parlamentarios, a los que parece confundir a veces con los privilegios de la nobleza. Montesquieu, además, no vacila en defender la venalidad de los cargos: se trata sin duda, dice, de un abuso, pero de un abuso útil. En fin, que la obra de Montesquieu, señor de la Bréde, es tan compleja como para evitar reducirla a la imagen de la separación de poderes. 








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