Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 21 de octubre de 2016

Felipe González

A Felipe González -presidente del Gobierno de España (1982-1996)- se le debe la modernización de España,  la batalla de la ley del aborto, el referéndum de la OTAN, que él reconoce como un error, su decisión de desmontar en silencio los nuevos intentos de golpe de Estado para no alarmar a la población, su lucha contra ETA y ... por tanto respetarlo es una obligación que tenemos contraida todos los españoles de cualquier clase, condición e ideas políticas.

Felipe González, sin embargo, nunca combatió la corrupción en la medida que debió hacerlo. Es más, sus declaraciones al respecto fueron siempre tan livianas como incapaces de convencernos de que estaba diciendo la verdad. Hasta se lamentaba de que no le creyera la gente cuando decía que estaba muy sorprendido por los casos de corrupción que se iban destapando entre los dirigentes de su partido. Daba la impresión de estar en las Batuecas

El presidente del Gobierno se jactaba de tener las cosas claras acerca del mangueo. Yo creo, decía, que la peor de las corrupciones es la corrupción del debate político, porque fomenta precisamente la corrupción. Y aquí lo que estamos viviendo es una corrupción del debate político, y eso estimula la corrupción y por consiguiente resulta devastador para la democracia.

Felipe González continuaba diciendo lo siguiente: Uno tiene que estar dispuesto a combatir la corrupción, pero a combatirla como yo creo que es eficaz. Cuando tiene conciencia de que alguien se corrompe, tienes que ir a denunciarlo, a meterlo en la cárcel, a aclararlo, o lo que sea. Pero creo que hay que hacerlo como dice la Iglesia: "La Iglesia no se corrompe, hay algunos curas y algunos obispos que se corrompen". Pues los partidos tampoco se corrompen.

Yo no creo que el error de FG, en relación con la corrupción, se debiera, en aquel entonces, a que estuviera imbuido por la fe del carbonero. Ni mucho menos por padecer ya el síndrome de la Moncloa. Sino porque era consciente de que la podredumbre del trincar acabaría por echar abajo ese lema de los cien años de honradez del Partido Socialista Obrero Español.

Felipe González, cuando se expresaba así, o bien creía que hablaba para ingenuos o mentía con el descaro con que suelen mentir los grandes gobernantes como él; y el tiempo, implacable en todos los sentidos, nos ha permitido comprobar que los partidos también son corruptos. Y lo son porque necesitan mucho dinero para subsistir. Y porque donde fluye la pasta la honradez es menor de edad. Y nadie quiere llegar a su casa y que le digan eres un tonto honrado o un honrado tonto.

Felipe González -el presidente del cambio (1982-1996)- merece el mayor de los respetos. Y el mejor modo de demostrárselo es creer que sus actuaciones, favorables a que gobierne el PP, se deben a que no desea que el problema sistémico de la corrupción ponga a la democracia en peligro. La corrupción de los populares y la de los socialistas. Que de todo hay en esta España sumida en un abismo profundo.



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