Ser entrenador de fútbol es muy difícil. Axioma. Pero lo es mucho más cuando se dirige a equipos modestos donde los recursos económicos son escasos y las exigencias máximas. Aunque es en esos equipos donde los entrenadores se curten de manera que terminan siendo técnicos excelentes. Dado que se ven obligados a tener que improvisar y sobre todo han de acertar plenamente en las misiones concretas encomendadas a sus jugadores para que redunden en beneficio de un bloque que se pretende sea homogéneo.
Los entrenadores necesitan vivir el fútbol modesto. El fútbol jugado en campos inhóspitos y en los que resulta necesario imponer los despejes orientados, los marcajes férreos, las tretas permisibles, y evitando por todos los medios las pérdidas de balones por mor del deficiente estado del terreno de juego. Un fútbol en el cual además de estar mal pagado es habitual no cobrar los salarios convenidos en su día.
Siempre ha habido un fútbol donde los técnicos han carecido de casi todo y esas carencias les han obligado a darle rienda suelta a la imaginación para obtener el máximo rendimiento de una plantilla modesta. Tales entrenadores han tenido a veces que hacer de taumaturgo: hacedor de cosas maravillosas para imponerse a unos rivales superiores. Aprendizaje que les ha permitido acceder a un equipo grande con el oficio más que aprendido.
Desde hace ya mucho tiempo se viene dando la oportunidad de entrenar a equipos de muchas campanillas a técnicos que no han pasado por la necesaria formación en clubes inferiores. Y cuando hablo de inferiores no me estoy refiriendo a un filial del Madrid, del Barcelona, del Atlético o del Sevilla. Conjuntos excelentes y cuya dirección no ofrece las dificultades que entraña hacerlo, por ejemplo, en la Cultural Leonesa o en la Agrupación Deportiva Ceuta.
Zinedine Zidane, por ser quien es, ha pasado de estar unos meses en el Real Madrid-Castilla al primer equipo. Y ha ganado una Champions League. Pero ello no es óbice para que se le critique su incapacidad para lograr que el Madrid mantenga un equilibrio entre sus líneas. Lo cual no es tarea difícil. Lo que propicia que uno crea que sus errores son imperdonables.
Tampoco entiendo cómo es posible que José Mourinho y Pep Guardiola anden sumidos en una crisis de resultados y de juego que parecen ir a más. Por más que hayan gastado millones y millones de euros en reforzar a los dos equipos de Manchester. Equipos que están dando muestras visibles de haber perdido el oremus. Yo, que soy asiduo espectador de la Premier League, me hago cruces al ver el juego que vienen exhibiendo. Malo de solemnidad. Debido, mayormente, a una pésima organización en el terreno de juego.
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