Ayer almorcé con un
amigo, que a su vez trajo a un amigo suyo, uno de esos hombres que caen
bien a primera vista y hasta llegan al final de la sobremesa manteniendo el
buen cartel ganado visualmente. Frisaba en los sesenta, elegante pero no cursi, casado
y con dos hijos, buen conversador y disfrutando de una magnífica situación
laboral en tierras de Salamanca.
Empezamos
hablando de fútbol, y lo primero que se dejó decir, no sé si aleccionado por
quien me lo había presentado, es que sería muy osado por su parte opinar al
respecto teniendo al otro lado de la mesa a un perito en la materia. Lo miré
fijamente y no me fue posible atisbar el menor asomo de fingimiento en sus
palabras. Aunque, de no estar yo en lo cierto, siempre me quedará el consuelo de
saber que nuestro invitado tuvo maneras.
El
hecho es que AH ganó mi voluntad y así se lo dije inmediatamente. Es más, me
permití expresarme de tal guisa: caerle bien o mal a una persona está siempre a
tiro de cualquier nimiedad. De la misma manera que suele suceder que en poco
tiempo uno pase de ser un dios a los que
ahora les pareces una fiera…
A
partir de ahí, la conversación se adentró por otros meandros. Y salió a relucir
la importancia que tiene para futbolistas, artistas, políticos y cualesquiera personas
pertenecientes a la vida pública contar con la influencia de una tendencia
afectiva por parte de quienes escriben en periódicos y hablan en los medios
audiovisuales y radiofónicos.
Nuestro
invitado, el señor nacido en Salamanca, lo definió muy bien. Esa es una actitud
que anida en todos nosotros y que nos lleva a exagerar los defectos de las
personas que detestamos y a subliminar las cualidades de las que apreciamos. Y
dijo más: esa forma de proceder tiene un nombre del cual no me acuerdo ahora mismo;
pero esa postura, llevada a su máxima expresión, puede llegar a perturbar a
quien la emplea de manera brusca y por sistema.
También
hubo en sobremesa tan entretenida un recuerdo por parte de quien había
organizado la comida, a los momentos que se están viviendo por mor de la
corrupción… Y tras decir que lo peor
para los investigados es el juicio sumarísimo que hacen de ellos en mentideros
y plazas públicas, cerró su intervención así: "Esta
es una vida de manzanas, todas podridas, en la que incluso la más sana en
apariencia guarda algún gusano".
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