Los
ochenta fueron unos años en los que aún se arrastraba la crisis económica de
los setenta y donde los bingos llegaron a alcanzar su máxima popularidad. El
éxito del bingo se fundamentaba en la inmediatez de los premios y en la rapidez
de las jugadas. Y es que a los cinco o seis minutos de haber adquirido el
cartón ya se sabía si se había ganado o perdido.
Yo nunca he sido amante de los juegos de azar. Y
debo confesar que mi visita a un bingo en esta ciudad, recién llegado a ella,
fue la segunda o tercera que había hecho desde que el bingo empezó a jugarse en
España de una manera estable y legal en 1977. Y lo hice a petición de una mujer
cuya forma de ser me hacía tilín.
Jugamos
dos o tres cartones y tomamos la decisión de acabar la noche tomando una copa
en El Britania. El Pub de mejor
ambiente que había entonces en Ceuta. Se aproximaba la época dorada del
socialismo y raro era que no te encontraras con alguien dispuesto a contarte las
penurias sufridas por su familia en la época de Franco.
Aquella
noche, del mes de septiembre, la mujer a la cual yo acompañaba, tardó nada y menos en ponerme al tanto
de lo bien que había vivido aquel Fulano perteneciente a una familia muy del régimen
franquista y que me estaba dando la tabarra acerca de cómo ser socialista era lo mejor que le había podido pasar en su
vida.
Luego,
mi acompañante y yo seguimos hablando de otras cosas. Y ella sacó a relucir el
gran cambio que se había producido en el trato entre hombres y mujeres. Y se
expresó así: “Mira, Manolo, ahora
resulta terriblemente espinoso jugar con las chicas. Te pescan a fondo, te
acosan, si es necesario, te tratan despectivamente, si lo creen conveniente e
incluso te mandan a… freír espárragos en cuanto encuentran a otro que las
divierten más. Porque no olvides que las mujeres necesitan más diversión que
cariño".
Mi respuesta fue la siguiente: No creo que todas las mujeres estén cortadas por el mismo patrón.
-Claro
que no… Otras se comportan todavía como colegialas, y no dan la menor esperanza
que se les acerquen sin trabajos de aproximación a las reglas: envíos de
flores, cartas de amor… Pero cuando se rompen, son las más adelantadas en todos
los aspectos.
Aquella
mujer, treintañera, atractiva y que gozaba de una magnífica formación, me
confesó no haber compartido todavía tálamo con ningún hombre. Y hasta daba
muestras evidentes de que no iba a ser presa fácil para hacerla entrar en la
cama. Pasado un tiempo prudencial, la eché de menos y pregunté por ella. Y me
dijeron que se había marchado de la ciudad.
La
semana pasada, después de muchos años sin vernos, la hallé en un bar de copas y
además de charlar nos reímos de lo lindo, mientras esperaba a su marido y a sus hijos que estaban a punto de llegar. Y hasta me dio tiempo a reanudar la conversación que mantuvimos en su día sobre el parecer que ella tenía de las chicas de los ochenta.
-¿En qué ha cambiado, si es que ha cambiado? –le pregunté.
Y su contestación fue tan rotunda como concisa.
-Las mujeres más coriáceas para hacerlas entrar en
la cama, como era yo, son también las más difíciles para sacarlas de ella. En mi
caso, Manolo, yo no he necesitado el
consuelo de Dios, ya que he acertado en mi matrimonio.
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