Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

sábado, 11 de marzo de 2017

Sobre la década de los ochenta



A medida que pasan los años, y en vista de que yo suelo ser muy dado a pegar la hebra con cuantos lo desean, se me pregunta, cada vez más, por cómo era esta ciudad en la década de los ochenta. Lo hacen, mayormente, quienes vivieron su niñez entonces. Y yo no tengo el menor inconveniente en darles mi versión de cómo era aquella Ceuta que yo traté de disfrutar intensamente.  

Así que he decidido, aprovechando la oportunidad de poder decir en este espacio lo que yo crea conveniente, escribir una vez a la semana sobre anécdotas, hechos y sucesos que me tocaron vivir durante unos años donde la palabra democracia no se le caía de la boca a nadie y muchos eran los personajes –riquitos ellos- que no cesaban de presumir de haber sido criados en el seno de una familia pobre.

Iré eligiendo los temas al azar. Agosto de 1982. En el Hotel La Muralla sólo se hablaba de lo guapa que estaba Romina Power. Marian Hernández me la celebró, nada más llegar yo a la cafetería, porque la había visto pasear por el jardín del establecimiento. Romina y Albano actuaban esa noche en la caseta de los ejércitos.

Manolo de Castro aparentaba fragilidad física, detrás de unas gafitas que le otorgaban posibilidades de haber sido un niño aplicado y dispuesto siempre a levantar la mano de sabihondo para responder como un rayo a lo inquirido por el maestro. Provenía del funcionariado del sindicato vertical y se distinguía por lo puntilloso que era y por cómo lo analizaba todo minuciosamente. De Castro se llevaba a partir un piñón con Francisco Fráiz y no se cansaba de poner a Rafael  Sánchez de Nogués en los cuernos de la luna. 

La mujer de Manolo, Maribel Ugarte, era encantadora. Todavía me acuerdo del día en el cual se dirigió a Alejandro –jefe de barra excelente- de la siguiente manera: “Alejandro, por favor, póngame un jerez, que quiero achisparme hoy”. Su marido la miraba esquinado. “Entonces, póngame otro a mí -la voz de Mari Carmen, esposa de Fráiz, sonó bajito-. Su pelo rubio, lo llevaba cogido en una melena de caballo. Blanca y con pecas, sus piernas eran merecedoras de que la minifalda volviera a reverdecer laureles. A Marian, en cambio, el cabello negro le colgaba  suelto y en espesa melena.  

Margarita era la secretaria de la Delegación del Gobierno y se vestía más o menos como Soledad Becerril. Lucía modelo de colegiala con cuello redondo, lacito y seda a cuadritos. Margarita Souviron parecía una bibliotecaria pero estaba muy bien hecha. Cuando Margarita hacía ¡Achisssss! los caballeros decían ¡Jesússsss! 

Los caballeros que eran varios- se hacían el mejor de los artículos para que ella los distinguiera con sus ojos de tigresa. No cesaban de ponerse bien puestos con tal de ganarse la mirada plácida de la secretaria. De entre los aspirantes a conquistarla destacaban dos. Uno era  Corredor de Comercio, el otro comerciante de fortuna. El primero parecía ser el predilecto de ella. De no haber mediado quien escribe, créanme, aquellos hombres enamoradizos se hubieran partido la cara.

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