Yo
tengo dos amigos, ex jugadores de fútbol, que suelen llamarme cuando desean
conocer mi opinión acerca de lo ocurrido en partidos importantes. Uno es del Real
Madrid y otro del Fútbol Club Barcelona. Los dos se pusieron al habla conmigo una vez
acabado el correspondiente al Barcelona-París Saint
Germain.
El primero
estaba de acuerdo en que el árbitro alemán, Deniz Ayken, había atropellado al equipo francés, haciendo uso y
abuso de su autoridad. El segundo, en cambio, a medida que yo le iba enumerando
los errores cometidos por el tal Ayken
se iba poniendo farruco a pesar de nuestra verdadera amistad.
El
seguidor del Madrid nunca ha puesto en duda los errores arbitrales que han
beneficiado a su equipo, al menos hablando conmigo; en tanto que el otro es
incapaz de hacerlo con el Barcelona. Aunque para ello deba dar muestras de su
fanatismo. Es extraño que los fanáticos sean a menudo una gente más agradable que razonable y equilibrada. ¿Por qué será?
Así que me permití el lujo, ante sus salidas de tono, de ponerme a su altura: “Oye, tú, te voy a decir algo que te hará poca gracia: el árbitro alemán, de origen turco, puso de manifiesto en Barcelona que, de haber querido, bien podría haber raptado la Giralda de Sevilla a las doce de la mañana de un Jueves Santo”.
Así que me permití el lujo, ante sus salidas de tono, de ponerme a su altura: “Oye, tú, te voy a decir algo que te hará poca gracia: el árbitro alemán, de origen turco, puso de manifiesto en Barcelona que, de haber querido, bien podría haber raptado la Giralda de Sevilla a las doce de la mañana de un Jueves Santo”.
Con semejante
respuesta pude quitarle hierro a nuestra conversación y devolver a mi amigo al
redil del hablar sosegadamente. Y hasta pude recordarles a los dos, porque ambos
suelen ver los partidos juntos, que el mundo del fútbol es hipócrita, donde
muchos entrenadores y futbolistas dicen lo contrario a lo que piensan para
evitar problemas.
También
les sucede a los intelectuales, quienes si antes vivían de las metáforas
extraídas del boxeo, ahora hacen literatura de los goles. Por ejemplo:
sigo sin entender el comportamiento de Juan
Cruz -escritor, y periodista adjunto a la dirección de El País- en su artículo, titulado Visca el Barça, publicado en el Diario As. En el cual no dijo ni mu del
árbitro alemán.
Frase
“Nada es más contagioso que el mal que
desciende de lo alto”
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