Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 26 de junio de 2017

Honesto y honrado


Cada vez que un político español nos diga que es honesto, crean a pie juntillas que está alardeando de honradez. Conque, lo sepa o no, está usando el término en su mejor versión inglesa. Así que bien le valdría chamullar la lengua de Shakespeare con tan buena dicción cual exactitud, para expresarse así: Honesty is the best policy. Lo que traducido queda así: “La honradez es la mejor política”.

Quede claro, pues, que ambos términos, honestidad y honradez, tienen sus diferencias nunca respetadas por los hablantes. Hasta el extremo de propiciar gran confusión y, naturalmente, mentiras.  La honestidad, en sus varias acepciones de la Academia, significa compostura, decencia, moderación, recato, pudor…

Es virtud, por tanto, que ha gozado siempre –y en no poca medida- del interés libertino por mancillarla. Actitud que quizá se explique en las palabras de Rousseau: “más placer causa el rozar las ropas de una mujer honesta que el poseer a una muy fácil”.

En mi caso, desde hace mucho tiempo, debido a que la honestidad se ha ido merendando a la honradez, yo decidí aplicarme esta regla: honestidad es cuanto acaece de cintura para abajo, y honradez de cintura para arriba. Así que no tengo el menor inconveniente en contarles la siguiente historia.

Hace la friolera de 40 años, y ejerciendo yo de entrenador de fútbol, recibí la llamada de un presidente de un club andaluz que gozaba de la condición de colista en su grupo y, lógicamente, estaba destinado al descenso si acaso no se tomaban medidas tan urgentes como acertadas. El presidente era ingeniero y asimismo alcalde de la localidad. Aquel hombre gozaba de prestigio. Era de  misa y comunión diarias y, por si fuera poco, presidente de Cáritas Diocesana.

Tras llegar a un acuerdo económico con él, en su despacho de Cáritas, se dirigió a mí para darse pote: “Si logra usted salvar al equipo del descenso, cosa muy difícil, yo no dudaría en gratificarle con 500.000 pesetas”. Sus palabras me sorprendieron. Aunque reaccioné bien pronto: "¿Hay algún inconveniente para que se incluya esa prima extraordinaria en el contrato?"

El presidente me contestó que no quería que sus directivos se enteraran de ello hasta que no llegara el momento. Así que opté por pedirle un papel firmado por él. Y accedió a comprometerse. Fue cuando conocí a su secretaria; mujer atractiva y afable que se encargó de darle vida al documento. Lo rubricamos y yo me quedé con el original.

El equipo se salvó al ganar el último partido en un estadio grande, repleto de aficionados cuyo entusiasmo radicaba en la seguridad de saber que si sus jugadores ganaban o empataban podrían celebrar un ansiado ascenso de categoría. Pero la victoria fue nuestra y tuvimos que salir del recinto de prisa y corriendo y custodiados por muchos policías.

En fin, que pasaban los días y el presidente no me pagaba la cantidad ofrecida por la permanencia del equipo en la categoría. Pero tuve suerte: un gran amigo, residente en esa ciudad, me sopló algo al oído. Y cogí sus palabras al vuelo. Me presenté en la oficina de Cáritas, de sopetón, y vi lo que tenía que ver… Dos horas más tarde yo ya había cobrado.

Pues bien, debo decirles que aquel presidente de fútbol y de Cáritas, ingeniero, alcalde y persona de misa y comunión diarias, era tan deshonesto como falto de honradez. Porque no dudaba en pasarse por la entrepierna tanto el sexto como el séptimo Mandamientos.



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