Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 9 de junio de 2017

Los empresarios de verdad merecen respeto



Hace ya bastantes años, mientras que Kiko Martel se gustaba tocando el piano que había en la sala de estar del Hotel La Muralla, yo conversaba en la barra de la cafetería con un empresario destacado de esta ciudad. Corrían buenos tiempos para el comercio ceutí y las talegas llegaban a los bancos repletas de dinero. Nunca se me olvidará haber visto cómo un propietario de bazar no cesaba de contar billetes durante horas.

El empresario trasegaba despaciosamente un whiskey Chivas Regal, 12 años, que su empresa distribuía. Y KM seguía expresándose ante el piano con motivos sentimentales. El empresario decidió contarme que, siendo un niño, sus padres le recordaban a cada paso que los hombres deben trabajar, y que él ya no dejó de preguntarse: luego si trabajo soy un hombre, si trabajo mucho soy aún más hombre; y, claro está, si trabajo todo el tiempo soy un superhombre. Y así hasta el agotamiento.

He aquí lo que puede explicar la hiperactividad de que están afectados algunos empresarios. Lo cual representa una manera socialmente reconocida, moral y lucrativa, de demostrarse a sí mismo la virilidad. Forma de comportarse que les exige estar muchas horas dedicados única y exclusivamente a sus negocios.

Aquel empresario, estimulado por la bebida de vaso largo y sensibilizado hasta extremos insospechados con las notas musicales, se lamentaba amargamente de conocer mucho mejor el carácter de sus colaboradores que el de sus propios hijos. Y decía estar convencido de haber triunfado más  en sus relaciones  profesionales que en sus relaciones familiares. Por una sencilla razón: porque vivía trece y catorce horas diarias en la empresa y apenas dos o tres en su casa si descontaba las horas de sueño y el tiempo dedicado a su arreglo personal.

Miré fijamente al empresario. Y le dije lo siguiente: por lo que me estás diciendo tú careces de relaciones continuadas con unos seres a los que sólo ves  de una manera discontinua. Y su respuesta fue  rotunda: “No te quepa la menor duda, Manolo, de que yo le dedico más tiempo a la empresa que a la familia. Y debo confesarte que el trabajo se ha convertido en mi amante.

Entendí, inmediatamente, que el frenesí de la actividad profesional que se había apoderado de aquel hombre, a su edad, le servía de expresión sexual. Y hasta comprendí que en algunos casos extremos, ese frenesí puede incluso desembocar en un aplazamiento de su deseo. Pocos meses después de haber tenido esa conversación, el empresario y yo, amenizada por Kiko Martel al piano, el hombre sufrió un infarto. Y a partir de ahí su vida empezó a carecer de interés.


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