Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

sábado, 12 de agosto de 2017

La esclavitud que no cesa

Creo que fue el 4 de octubre de 1995 cuando a mí me dio por adentrarme en los bajos de las Murallas Reales para comprobar de qué manera vivían los muchísimos inmigrantes que se habían refugiado allí. El lugar era asqueroso, nauseabundo, repugnante...: Tétrico. Cuando regresé a la vida, apestaba tanto que emprendí una carrera para llegar cuanto antes a mi casa con el fin de despojarme de unas prendas que acabaron en el contenedor de la esquina. Aquel olor repulsivo tardó en evaporarse de mis pituitarias.

Al día siguiente acudí presto a comunicarles a las autoridades lo que había visto en aquellas mazmorras, a las que se llegaba mediante pasadizos repletos de meandros, y donde los inmigrantes dormían entre aguas fecales y ratas enfurecidas por la invasión de su morada. Las autoridades, alcalde y delegada de Gobierno, entonces, carecían de medios y conocimientos para remediar tan grave situación. De modo que siete días más tarde los inmigrantes se rebelaron por los enormes deseos que tenían de llegar a la Península. 

Uno había leído ya con enorme interés acerca de la pobreza, miseria y hambre existentes en los llamados Países del Tercer Mundo. Y, cuando salían en las televisiones las imágenes dolorosas de los niños comidos por la caquexia -es decir, condenados, a muerte por la desnutrición-, me acordaba inmediatamente del llanto de los menores de nuestra posguerra por falta de comida.

De ahí que ni siquiera el paso de los años haya sido capaz de impedirme recitar de memoria El llanto del hambre. Es un sollozo constante y lánguido que taladra la conciencia. El lloro final de críos que han tenido la mala suerte de nacer, y a los que la vida se les escapa sin vivirla. Apenas un pellejo recubre sus huesos. La falta de tejido graso debajo de la piel les provoca hipotermias. Otros tienen hipoglucemia, porque el hambre, qué paradoja, al final quita las fuerzas y el apetito. Y terminan muriéndose de hambre, de cólera, de sarampión o de diarrea.

Tanto me interesé por el problema de los inmigrantes, tras lo presenciado en los bajos de Las Murallas Reales, que me afectaba muchísimo cada vez que veía como centenares de miles de personas se trasladaban de una zona a otra, incluso de un país a otro, huyendo de la hambruna en busca de alimentos y muchos no hallaban nada más que la muerte. Y, desgraciadamente, así sigue sucediendo.

Y todo ese drama ocurre, sin duda, ante la mirada indiferente de quienes no se cansan de hablar que el derecho a la vida es el más elemental de todos los derechos humanos, y aquellos que no son capaces de proteger a niños y adultos de morir de hambre son los primeros en violarlo. Así lo pensaba Willy Brandt. Quien nunca, mientras vivió, se cansó de decir que el ejercicio de las libertades va unido al bienestar social.

Por lo que me voy a permitir recomendarles a los políticos ceutíes, sobre todo a quienes no  dejan de hablar de interculturalidad, como si eso fuera El bálsamo de Fierabrás, que lean La locura organizada. Carrera armamentista y hambre en el mundo. Título y subtítulo del libro escrito por el ya reseñado WB. Pues creo que les permitirá saber, de una vez por todas, que arreglar los problemas de quienes huyen del hambre, una veces por las guerras internas en sus países y otras por falta de medios y preparación, es un drama que no acaba de encontrar soluciones. Es, sin duda, la esclavitud que no cesa.

Frase

"Conocer el futuro y no  poder hacer nada por evitarlo. A eso le llamaban los griegos tragedia".


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