Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

domingo, 29 de octubre de 2017

Beatriz

Mi amiga salmantina, a la cual conocí disfrutando de los baños en la playa de El Chorrillo, en el mes de julio, le ha cogido el gusto a llamarme cada vez que se reúne con sus amigas para comer y... charlar de cuanto les apetezca. En esta ocasión, lo primero que me dice es que las componentes del grupo, que suelen ser cinco, se han convertido en lectoras de este blog. Y decide no contarme más al respecto porque no desea regalarme el oído.

-¿Cuál ha sido el tema de  discusión durante la comida y, naturalmente, de la sobremesa, Beatriz?

Verás, Manolo, hoy me ha tocado a mí abrir plaza. Término que tanto usamos en esta tierra campera y taurina. Y lo he hecho relatando algo que tú me contaste mientras tomábamos el sol en la playa. Se trata de cuando los hombres hablan de las mujeres. Y lo expuse: "La diferencia que hay entre los hombres y las mujeres es que ellos hablan bien de ellas y las tratan mal, mientras que ellas hablan mal de ellos y los tratan bien".

-¿Cuál fue la reacción?

-Pues que se alborotó el gallinero. Y hube de rogar silencio para poderles contar el resto del asunto. Os cuento -les dije-: "Ellos nos reconocen muchas más cualidades que se atribuyen a sí mismos y no ahorran alabanzas sobre nuestros méritos y nuestros talentos. Es de creer que los hombres necesitan ese retrato embellecido para tranquilizarse sobre su propio valor. Puesto que viven y son amados por unos seres selectos, es indudable que ellos tienen que ser dignos de ser amados, o más bien, de ser admirados". 

-Y ¿qué?...

Hice una pausa para refrescarme la garganta y para ver si mis palabras habían despertado interés. Y comprobé que mis amigas estaban ávidas de saber más sobre la cuestión. Así que reanudé mi parlamento. La necesidad que tienen los hombres de pronunciarse así, tiene su fundamento: "Una mujer que tiene un mal marido es una víctima; un hombre que tiene una mala mujer es un ser lamentable·. Es lo que dicen ellos, según me dijo mi amigo Manolo. Quien seguramente lo había leído hace ya muchos años. 

Muy bien explicado, Beatriz. Y qué más puedes decirme de los comentarios habidos antes y después del almuerzo.

Pues que Charo, salmantina de ojoz azules, rubicunda, y con un cuerpo que hace a su paso volver la cabeza tanto a hombres como mujeres, nos dijo que su hermano Gabriel, que trabaja en Ponferrada, se hallaba en Salamanca y estaba deseando compartir un rato de tertulia con nosotras. Y le dimos nuestra aprobación. Nada más llegar, todas las miradas se posaron en él. Y debo decirte que aguantó impávido la inspección. Su atractivo lo tenía que completar con la labia. 


-¿Superó la prueba? 

Con matricula de honor. Fue abrir la boca y ponernos a todas... bueno, motivadas. Aunque pronto clavó los ojos en Marina. La cual es capaz de sentarse de un modo suelto y libre, relajado, y cuyos cruces de piernas superan incluso a los ya consagrados de Elisa Beni. Y dado que había un asiento libre a la derecha de Marina, Gabriel no dudó sentarse a su vera. 

A la hora de las despedidas, se le oyó decir a Gabriel que se había quedado prendado de la sexualidad que transmitía mi amiga. Consciente o inconscientemente. Y, por si fuera poco, se permitió decirnos que hay dos reforzadores positivos innatos para hombres y mujeres: la comida y el orgasmo sexual. Te juro que estuvimos a punto de sacarlo del restaurante a hombros.
















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