Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Paula la leonesa

1984. Diciembre estaba recién estrenado. Aquella noche más que frío lo que hacía era una humedad capaz de traspasar prendas y estremecer a los cuerpos. A las diez de la noche apenas se veía transitar a nadie por las  calles y hasta el Pub Tokio, situado en la plaza del Teniente Ruiz y casi siempre de bote en bote, contaba con un solo cliente: Celestino Formentera. De cuyo mal whiskey he escrito en  ocasiones, como asimismo de sus virtudes.

Celestino Formentera estaba charlando conmigo sobre cómo eran las mujeres. Y, dado que era muy culto y muy leído, decidió recitarme de memoria lo que decía Paul Valéry acerca de ellas. No sin antes recordarle yo que el escritor francés era un misógino de mucho cuidado y con fama de desagradable ganada a pulso. 

En esas estábamos cuando apareció ella. Tenía una bonita figura, curvilínea, una rizada mata de pelo oscuro y cierto brillo en la cara al hablar. Se le notaba que le gustaba su cuerpo. Y pronto decidió pegar la hebra con CF, con el jefe de barra y conmigo. Nos dijo que había llegado por la mañana y que estaba alojada en el Ulises. En vista de que Formentera estaba todavía sobrio, y por tanto con buen son, la asaetó a preguntas. Así que arrimamos la oreja y prestamos oídos.

La muchacha dijo que procedía de León y que había venido siguiendo a su hombre. El cual estaba haciendo el servicio militar. Así que ella decidió coger los bártulos y encajarse aquí con el fin de que a él no le faltara de nada. Y es que, según nos contó, los padres de su hombre gozaban de muy buena posición; pero habían decidido no darle ni un duro porque ella trabajaba en un club de alterne.

En principio, como no podía ser de otra manera, lo relatado por aquella veinteañera nos sonó a cuento chino. Pero pronto, muy pronto, pudimos comprobar que era verdad cuanto nos había dicho. Cierto es que el chaval, que era un tipo bien plantado, educado y agradable, y cuya natura parecía ser un reclamo muy valorado por las mujeres, vio el cielo abierto con la presencia en Ceuta de una mujer que le había jurado que, mientras durase su servicio militar, no le iba a faltar de nada.

El primero en pagarle la buena vida al novio de la muchacha surgida del frío fue Celetestino Formentera. Pues aquella misma noche tuvo la oportunidad de laboral en tajo ajeno. Tan poco frecuente en él como mostrarse en el propio. Por razones obvias. Y quedó encantado del buen trato recibido y de la paciencia mostrada por aquella experta muchacha en las artes amatorias. Lo cual se tradujo en un deseo de mejorar su vida en mi estimado CF.

Una noche, Paula, que así se llamaba, me susurró al oído que no estaba en condiciones de trabajar porque su aparato genital estaba recibiendo tratamiento intensivo. Y se quedó charlando conmigo, sentada en un taburete situado en una esquina de la barra. Y llegó un tipo de oración y golpes en el pecho a granel con el deseo vehemente de llevársela al catre. Y mi amiga, con su habitual franqueza, lo puso al tanto de las inconveniencias existentes para no aceptar el trato. El tipo, sin embargo, se negaba a creerla. Y no dudó en triplicar la minuta que la leonesa solía cobrar. Hasta que ésta, harta ya de sus exigencias, aceptó el envite. Y...

Tanto la muchacha como su hombre, ambos jóvenes y atractivos, me mostraron siempre respeto y yo les tuve en todo momento la consideración adecuada. Aún me acuerdo del día en que CM fue licenciado y tanto él como su compañera se despidieron de mí con las consiguientes muestras de agradecimiento. 

Al cabo de cierto tiempo, dos o tres años más tarde, recibí una llamada de  Paula la leonesa, para contarme, entre sollozos, que su hombre había perdido la vida en una reyerta alentada por un marido celoso de la natura, tipo liebre desmadejada, que manejaba CM con gran maestria entre señoras de muchos posibles... Aunque necesitadas  de ejercicios en el tálamo por tener maridos tan perezosos cual descuidados.

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