De la marquesa de X había oído yo hablar en conversaciones. Pero nunca había tenido la oportunidad de verla. De ella se decía que sus andares avivaban los mejores deseos de hombres y mujeres. Así como que su expresión corporal proyectaba, de forma consciente o inconsciente, cierto tipo de "cruda sensualidad".
De hecho, debido al partido que le sacaba a su cuerpo de bandera en movimiento, se comentaba que había causado en varias ocasiones accidentes laborales a su paso por zonas donde obreros de la construcción se afanaban en su tarea encima de los andamios. Prueba palpable del extraordinario "SEX APPEL" que poseía aquella señora.
Los albañiles, según decían, se alteraban nada más ver a semejante diosa hacer acto de presencia en el lugar. Y los piropos se sucedían sin solución de continuidad. Era un tremendo desahogo de aquellos hombres que apreciaban el regalo que la naturaleza les estaba ofreciendo. Y que algún literato calificó de madrigal urgente y los prosaicos, en cambio, criticaban aquellos requiebros por su ordinariez
Pues bien, un día de verano del primer año de los llamados felices sesenta, yo tuve la suerte de coincidir en la playa con una mujer, varios años mayor que yo, que llevaba tiempo trabajando para la señora marquesa. Y nos caímos bien; tan bien como para que ella, poco tiempo después, me pusiera al tanto de algo que yo quería saber: por qué la marquesa frecuentaba los sitios donde sabía que se iba a encontrar con hombres dispuestos a dar vivas a la madre que la parió, que no dudarían en comunicarle que tenía los ojos más grande que los pies y que sus andares no los mejoraba ni Robert Mitchum ni Manolete haciendo el paseíllo.
Y mi amiga de aquel verano, del primer año de los 'felices sesenta, me respondió así: "Te cuento, la señora marquesa, a pesar de su belleza, de su caminar telendo, y de la sensualidad que desprende cuando se mueve, se sienta, cruza las piernas, fuma o se lleva el catavino a los labios, no sólo necesita sentir los ojos de algunos o algunas clavados en su figura sino que también desea sentirse hembra... Y acude, de vez en cuando, allá donde se lo recuerdan en voz alta".
La marquesa de X, con quien tuve el placer de charlar un día, y que me produjo una magnífica impresión, de existir ahora, tal y como era entonces, seguramente habría acabado por denunciar a cualquiera que se hubiese atrevido a mantenerle la mirada. Y qué decirte de lo que hubiera hecho con los obreros de la construcción que la requebraban. Aunque después se hubiera quejado amargamente a su empleada y amiga, diciendo: ¡Coño... aquí no hay quien viva!...
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