Fotos y espejos

El 2 de mayo pasado, Javier Ronda Iglesias me llamó por teléfono para decirme que estaba escribiendo un libro sobre fútbol y que necesitaba unas fotografías de mi etapa como entrenador. Y no pude complacerlo. Porque, aunque ustedes no lo crean, no obra ninguna en mi poder. El hecho causaría la consiguiente sorpresa en el gran periodista y escritor nacido en Ceuta. Pero es así.

¿Motivo?... Hace ya mucho tiempo, pero mucho, que yo aprendí que el contraste no lo da el espejo, sino la foto. Como todos tenemos un alto concepto de nosotros mismos y como no aceptamos vernos feos, estropeados o cascados, afrontamos la imagen que nos devuelve el espejo durante el afeitado. En cambio, donde no hay trampa posible es con un retrato al comparar lo que éramos y lo que somos. Fotos, pues, las imprescindibles.

No siempre fue así. Yo recuerdo que hubo un tiempo en el cual yo me ponía delante del daguerrotipo con naturalidad y luciendo mi mejor sonrisa. Ayer, sin embargo, me dejé retratar por necesidad y el fotógrafo, a pesar de que lo intentó varias veces, no logró sacarme la risita deseada para dejar la impronta de su arte.

Tampoco me dejo engañar cuando alguien se dirige a mí para decirme lo "bien que estoy o lo bien que me conservo todavía". Ese todavía me recuerda inmediatamente la cantidad de años que tengo. Conque esos cumplidos logran causarme el efecto contrario del que me imagino desea quien los pronuncia. Y, aunque yo me siento joven, no es menos cierto que echo de menos la juventud.

Aquella juventud donde cada amanecer era una gozada. Mañanas en las que ni siquiera las penalidades de la época impedían soñar. Y, naturalmente, tampoco recuerdo haber tenido que decir para mí: ve con cuidado porque te puedes tropezar con un indiscreto, un desagradecido, un insolente, un envidioso, un insociable... Por lo tanto, debes estar preparado.