José Luis Rodríguez Zapatero vino a Ceuta, siendo presidente del Gobierno, en el año 2005. Gesto que fue muy celebrado en la ciudad. Debido a que ni Felipe González ni Aznar lo habían hecho siendo inquilinos del palacio de la Moncloa. Quienes escribíamos en El Pueblo de Ceuta tuvimos la oportunidad de conversar con él en la sede del periódico. Y mantuvo en todo instante su sonrisa característica.
Los cuatro primeros años de Zapatero como presidente fueron muy movidos. De valientes y acertadas fueron algunas de las decisiones que tomó en ese tiempo. Sobre todo las relacionadas con los derechos civiles y sociales. De lo concerniente a las leyes de la Memoria Histórica ni siquiera en su partido hubo unanimidad. Por ser algo que llevaba consigo la semilla de ese odio que siempre ha acabado dividiendo a los españoles.
Durante su segundo mandato, la crisis económica hizo mella en el Gobierno socialista y la popularidad de Zapatero fue menguando hasta extremos insospechados. Tal es así que las peores críticas le llegaban desde su partido. Por medio de oponentes que habían ocupado cargos importantes y que seguían dando lecciones de socialismo a cada paso.
Hoy, hojeando entre papeles añejos, encarpetados y guardados en la mesita de apoyo que tengo a la derecha del ordenador, he hallado un artículo escrito en 2010 por uno de los gerifaltes del socialismo, bajo el título de "El coctel de Zapatero". Y que reza así: "Se prepara metiendo en el recipiente un toque progre, cuarto y mitad de feminismo radical y otro tanto de retórica ecologista. Añádanse unas rodajas de buenismo y unas esencias de memoria histórica para darle el aroma adecuado. Mézclese todo con una cuchara larga, pero no debe agitarse, no vaya a ser que explote".
Pedro Sánchez, presidente en funciones, formó parte del séquito de José Luis Rodríguez Zapatero. Así que su nombre no se le cae de la boca desde que ha logrado sacar a Franco del Valle de los Caídos. Tarea que el expresidente se propuso y que no logró llevar a cabo en una época en la cual se opinaba así:
-En algunos ambientes intelectuales Franco es todavía una figura mal enterrada. Pero si uno sale a la calle y observa que ni en el supermercado, ni en la gasolinera, ni en los bares se habla de Franco, posiblemente porque la sociedad española ha madurado lo suficiente para darse cuenta de que el franquismo es un asunto doloroso pero histórico y que habría que tratarlo con la misma desapasionada distancia con que los patólogos se acuerdan de vez en cuando de la viruela. Todos somos hijos de los vivos, es decir, descendientes de millones de ciudadanos que por comodidad, por resignación o por simple cobardía, aceptaron el compadreo con el inquilino de El Pardo. O sea...
Durante su segundo mandato, la crisis económica hizo mella en el Gobierno socialista y la popularidad de Zapatero fue menguando hasta extremos insospechados. Tal es así que las peores críticas le llegaban desde su partido. Por medio de oponentes que habían ocupado cargos importantes y que seguían dando lecciones de socialismo a cada paso.
Hoy, hojeando entre papeles añejos, encarpetados y guardados en la mesita de apoyo que tengo a la derecha del ordenador, he hallado un artículo escrito en 2010 por uno de los gerifaltes del socialismo, bajo el título de "El coctel de Zapatero". Y que reza así: "Se prepara metiendo en el recipiente un toque progre, cuarto y mitad de feminismo radical y otro tanto de retórica ecologista. Añádanse unas rodajas de buenismo y unas esencias de memoria histórica para darle el aroma adecuado. Mézclese todo con una cuchara larga, pero no debe agitarse, no vaya a ser que explote".
Pedro Sánchez, presidente en funciones, formó parte del séquito de José Luis Rodríguez Zapatero. Así que su nombre no se le cae de la boca desde que ha logrado sacar a Franco del Valle de los Caídos. Tarea que el expresidente se propuso y que no logró llevar a cabo en una época en la cual se opinaba así:
-En algunos ambientes intelectuales Franco es todavía una figura mal enterrada. Pero si uno sale a la calle y observa que ni en el supermercado, ni en la gasolinera, ni en los bares se habla de Franco, posiblemente porque la sociedad española ha madurado lo suficiente para darse cuenta de que el franquismo es un asunto doloroso pero histórico y que habría que tratarlo con la misma desapasionada distancia con que los patólogos se acuerdan de vez en cuando de la viruela. Todos somos hijos de los vivos, es decir, descendientes de millones de ciudadanos que por comodidad, por resignación o por simple cobardía, aceptaron el compadreo con el inquilino de El Pardo. O sea...
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