He venido obervando desde hace ya mucho tiempo el declive político de nuestra primera autoridad. Es decir, de Juan Vivas. Decadencia que empecé a propalar cuando colaboraba en un periódico local y que he seguido manteniendo en cuanto se produjo el nacimiento de este blog. Cuya censura me corresponde a mí. Pues no quiero que la mala suerte surja por arte de birlibirloque y me ponga entre las cuerdas. Que bastante tengo ya con hacerle frente a los horadamientos que los años van haciendo en mi cuerpo.
Cierto es que yo jamás he despreciado a un enemigo. Aunque siempre los he preferido inteligentes. Desgraciadamente, debo decir que pocas veces he disfrutado de esa bicoca. De modo que no sacaré pecho por mis malas relaciones con el mencionado monterilla. Tan malas como para que ellas me hayan causado problemas que pude ir resolviendo sin dar un paso atrás. Aunque cabría decir que en ocasiones me olvidé de la primera de las virtudes cardinales: la prudencia. Esa prudencia consistente en actuar con reflexión y precaución para evitar posibles daños a teceras personas... Pues yo llevaba ya mucho tiempo siendo un avezado encajador.
Tal vez sea lo que nunca le perdonaré a ese alcalde que no cesa de dar muestras visibles de agotamiento. Un alcalde que se viene comportando como si tuviera la cabeza atiborrada de delirios improcedentes y anduviera, válgame el símil, como esas criaturas que van dando barquinazos por la calle tras haber trasegado morapio encartonado. Sí, ya sé que casí tres decadas en el poder pueden ocasionar desgastes de todo tipo. Puesto que gobernar no es fácil. Y hacerlo a gusto de todos no deja de ser tarea muy complicada.
El ocaso político de nuestro alcalde se viene reflejando últimamente en los pareceres que sobre su gestión se vienen emitiendo en algunos medios de comunicación. Los que hasta hace nada lo adulaban por sistema han pasado a recordarle los males que está padeciendo esta ciudad por su forma de gestionar los recursos. No hay día en el cual no se le haga saber cómo Ceuta está situada en esa ladera que suele conducir a la sima de la ruina económica, mediante un leve empujón.
Y a mí me da mucha pena que esta ciudad, en la que me afinqué hace la friolera de 38 años, sea incapaz de contar con alguien capaz de servir de revulsivo para ponerla a la altura de su Historia. La cual anda pidiendo a gritos que su primera autoridad deje de hacer las cosas como si estuviésemos anclados en 2001. Y, por supuesto, que deje de quejarse del Gobierno en funciones de los socialistas. Pues los males de esta ciudad estaban ya instalados cuando José María Aznar residía en La Moncloa. ¿Cree usted que miento, señor alcalde?
Cierto es que yo jamás he despreciado a un enemigo. Aunque siempre los he preferido inteligentes. Desgraciadamente, debo decir que pocas veces he disfrutado de esa bicoca. De modo que no sacaré pecho por mis malas relaciones con el mencionado monterilla. Tan malas como para que ellas me hayan causado problemas que pude ir resolviendo sin dar un paso atrás. Aunque cabría decir que en ocasiones me olvidé de la primera de las virtudes cardinales: la prudencia. Esa prudencia consistente en actuar con reflexión y precaución para evitar posibles daños a teceras personas... Pues yo llevaba ya mucho tiempo siendo un avezado encajador.
Tal vez sea lo que nunca le perdonaré a ese alcalde que no cesa de dar muestras visibles de agotamiento. Un alcalde que se viene comportando como si tuviera la cabeza atiborrada de delirios improcedentes y anduviera, válgame el símil, como esas criaturas que van dando barquinazos por la calle tras haber trasegado morapio encartonado. Sí, ya sé que casí tres decadas en el poder pueden ocasionar desgastes de todo tipo. Puesto que gobernar no es fácil. Y hacerlo a gusto de todos no deja de ser tarea muy complicada.
El ocaso político de nuestro alcalde se viene reflejando últimamente en los pareceres que sobre su gestión se vienen emitiendo en algunos medios de comunicación. Los que hasta hace nada lo adulaban por sistema han pasado a recordarle los males que está padeciendo esta ciudad por su forma de gestionar los recursos. No hay día en el cual no se le haga saber cómo Ceuta está situada en esa ladera que suele conducir a la sima de la ruina económica, mediante un leve empujón.
Y a mí me da mucha pena que esta ciudad, en la que me afinqué hace la friolera de 38 años, sea incapaz de contar con alguien capaz de servir de revulsivo para ponerla a la altura de su Historia. La cual anda pidiendo a gritos que su primera autoridad deje de hacer las cosas como si estuviésemos anclados en 2001. Y, por supuesto, que deje de quejarse del Gobierno en funciones de los socialistas. Pues los males de esta ciudad estaban ya instalados cuando José María Aznar residía en La Moncloa. ¿Cree usted que miento, señor alcalde?
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