Hoy, día 4 de mayo, he dado mi primer paseo, tras haber estado cincuenta días confinado en mi domicilio por orden del Gobierno. El amigo de turno no entendió que el primer día del mes le dijera que no pisaba la calle porque me lo había prescrito yo. Debido al temor que me inspiraba la posible salida en tromba de muchas personas carentes de historial andariego. Y que no era cosa de ir por la acera con el careto desencajado por miedo a cruzarme con quienes pudieran incumplir las normas.
He llamado a mi amigo, nada más regresar a mi casa, para decirle que nunca antes caminar me había proporcionado tanta satisfacción. Que he tenido la suerte de disfrutar de una mañana cuya calidez me ha permitido percibir que se me alteraba la sangre. Y que he sudado como en los buenos tiempos... Cuando era capaz de correr la mayor distancia posible en 12 minutos. Es decir, cuando ponía a prueba mi resistencia aeróbica, haciendo el test de Cooper.
Mi amigo aprovecha el respiro que me tomo para decirme que él no ha pisado todavía la calle. Que no ha tenido ganas de hacerlo. Y lo achaca a que se ha acostumbrado a permanecer entre cuatro paredes. Y a mí me da por recordarle que el siguiente paso podría ser "encamarse" hasta el fin de sus días. Y su respuesta me sorprende: "No creas que es imposible que tome esa decisión... Ya que en la cama es donde mejor se está".
Los encamados, también conocidos como tumbados, son personas normales. Hasta que una mañana deciden que no se levantarán nunca más de la cama. Aparentemente no padecen ninguna enfermedad que les impida ir de un lado para otro. Simplemente, deciden un día buscar cobijo en la piltra. Yo he leído con deleite a varios escritores tumbados: Juan Carlos Onetti, Valle-Inclán, Unamuno... E incluso he tenido la paciencia de leer En busca del tiempo perdido (Marcel Prouts). Todos ellos escribieron en la cama.
Por cierto, circula una anécdota de Juan Carlos Onetti y su perro. Se cuenta que el animal cuando su dueño se levantaba, se extrañaba y le mordía la pernera del pijama como recordándole que tenía que estar acostado siempre. Ojalá que mi amigo no dé ese paso... Pues ni escribe ni tiene perro.
Mi amigo aprovecha el respiro que me tomo para decirme que él no ha pisado todavía la calle. Que no ha tenido ganas de hacerlo. Y lo achaca a que se ha acostumbrado a permanecer entre cuatro paredes. Y a mí me da por recordarle que el siguiente paso podría ser "encamarse" hasta el fin de sus días. Y su respuesta me sorprende: "No creas que es imposible que tome esa decisión... Ya que en la cama es donde mejor se está".
Los encamados, también conocidos como tumbados, son personas normales. Hasta que una mañana deciden que no se levantarán nunca más de la cama. Aparentemente no padecen ninguna enfermedad que les impida ir de un lado para otro. Simplemente, deciden un día buscar cobijo en la piltra. Yo he leído con deleite a varios escritores tumbados: Juan Carlos Onetti, Valle-Inclán, Unamuno... E incluso he tenido la paciencia de leer En busca del tiempo perdido (Marcel Prouts). Todos ellos escribieron en la cama.
Por cierto, circula una anécdota de Juan Carlos Onetti y su perro. Se cuenta que el animal cuando su dueño se levantaba, se extrañaba y le mordía la pernera del pijama como recordándole que tenía que estar acostado siempre. Ojalá que mi amigo no dé ese paso... Pues ni escribe ni tiene perro.
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