Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

sábado, 18 de julio de 2020

Aquel Dieciocho de Julio de 1982


No creo que sea sesudo quien presuma de tener muchos amigos. A mí me da hasta miedo de pronunciar la palabra. La cual ha ido perdiendo valor sin solución de continuidad. De los pocos camaradas que tengo hay uno, de los de verdad -vamos de esos que piden dinero prestado y siguen hablando como si tal cosa; aunque pase tiempo y tiempo sin acordarse de la deuda contraida-, que es el único que me llama por teléfono, cada Dieciocho de Julio, para recordarme que fue en esa fecha, del año 1982, cuando yo llegué aquí para entrenar a la Agrupación Deportiva Ceuta. Y el tío es capaz de recitar de memoria casi todo lo que hice yo ese primer día. 

Cierto es que mi amigo juega con ventaja... Dado que nos conocimos, cuando entonces, en el Hotel La Muralla. Asi que han transcurrido ya treinta y ocho años. Casi la mitad de mi vida. Arribé a esta ciudad en el primer barco. En el Hotel La Muralla imperaba el silencio y prevalecía la luminosidad. El recepcionista, con quien a partir de entonces me unió una gran amistad, tardó dos días en alojarme en una habitación cuyo balcón daba al jardín, porque el hotel estaba a tente bonete. O sea, lleno a reventar.  

En la sala de estar me esperaba Guillermo Romero. Era el secretario técnico de la Agrupación Deportiva Ceuta. En su cara se reflejaba la satisfacción de haber logrado un fichaje que yo le había recomendado insistentemente antes de mi llegada. Se trataba de convencer a Jesús Bea Martínez (con el siguiente historial futbolístico: Orense, Pontevedra, Sevilla, Deportivo Alavés y Lorca Deportivo) para que formara parte de nuestra plantilla.

Jesús Bea, Suso para los amigos, dijo que sí y fue el líder indiscutible del equipo ceutí en aquella temporada. A propósito, Suso forma parte muy principal de ese reducido grupo de amigos que aún conservo. Y es así, créanme, porque no necesitamos llamarnos continuamente para saber que nuestra amistad seguirá prevaleciendo hasta que... sigamos vivos y coleando. La noticia de su fichaje me produjo la alegría consiguiente y lo primero que hizo Guillermo Romero es llevarme a la pista deportiva de Zurrón para presenciar un partido de Fútbol Sala correspondiente a un Campeonato local.

Recuerdo que el recinto estaba abarrotado. A pesar de que el sol pegaba fuerte: caía vertical sobre la hondura en la que todavía está situada la pista deportiva. De pronto divisé a Pepe Benítez; se encontraba a varios metros de distancia. Me acerqué para darle un abrazo. ¡Hacía tanto tiempo que no lo veía!... Por el periódico -me dijo Pepe- me he enterado de tu contratación. Quiero que sepas, Manolo, que soy un aficionado muy crítico, ¿eh?  

Ni siquiera se me ocurrió preguntar por el organizador del acontecimiento. Pues estaba ante mí el mejor animador que jamás yo había conocido. Corrían los años cincuenta, cuando Pepe llegaba cada verano a El Puerto de Santa María y nos colmaba de diversión organizando competiciones deportivas en la explanada de la Fuente de las Galeras. Allí se daban cita personas de todas las edades, ávidas de presenciar partidos de baloncesto, balonvolea o balonmano; deportes de poco arraigo en aquel tiempo.

El restaurante del Hotel estaba concurrido. Al maître, Miguel Samiñán, lo conocía por haber estado yo alojado en el establecimiento con otros equipos. Y tuvo la buena idea de sentarme a una mesa cercana a la que Eduardo Hernández compartía con su hija. Ambos estuvieron muy amables conmingo y me desearon toda la suerte del mundo. Nunca imaginé, entonces, que mi amistad con Eduardo Hernández sería de las que no se olvidan.








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