Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 31 de agosto de 2020

Holgazanear

En 1973, yo había leído, entre muchos otros, un artículo de Camilo José Cela, titulado La Dosificación de la Holganza. Se refería el escritor a que los siquiatras decían que es saludable que la gente holgazanee un poco y se dedique, de vez en cuando, a ver pasar el tiempo sin mayores afanes y aplicada a un menester no habitual. 

Estimo como lo más probable -sigue hablando Cela- que estén en lo cierto aunque dude de que el uso de la holganza no llegue a constituir, en múltiples casos, un hábito también malsano y no alcance a ser, en más de una y más de dos ocasiones, escasamente adecuado al fin que se persigue: la restauración de la salud y el equilibrio del sistema nervioso.

Repárase en que no comporta -al menos en teoría- iguales resultados, salir de pesca que irritarse en un partido de fútbol, por ejemplo, o escalar una montaña que pasarse la noche jugando al tute o al dominó. A mí siempre me preocupó el problema de las vacaciones porque, entre otras cosas, no sé lo que hacer con ellas, porque lo que me gusta es lo que hago sin ellas, decía don Camilo

Pues bien, en 1976 llevaba yo tres temporadas salvando a equipos del descenso, tras haber sido llamado por directivos que ya daban por perdida la categoría. Y comencé a padecer dolores estomacales que me dejaban exhaustos y que a veces necesitaban de la intervención del médico de urgencias. Recuerdo que uno de aquellos episodios me cogió en Barcelona. Después de que el equipo entrenado por mí hubiera empatado frente al Barcelona Atlético en el Camp Nou. 

Ni que decir tiene que pregunté a quien debía por el mejor especialista del aparato disgestivo que hubiera en la Ciudad Condal. Y, además de darme su nombre, se encargó de que me recibiera el lunes a primera hora de la mañana. Así que hube de quedarme en Barcelona mientras que la expedición volaba rumbo a su lugar de procedencia.

A las diez de la mañana estaba yo frente al especialista. Me inquirió por las molestias. Me invitó a tumbarme en la camilla y se puso a examinar el abdomen con las manos. Terminada la exploración, me preguntó a qué me dedicaba. Le dije que era entrenador de fútbol. Y movió la cabeza en señal de que no era extraño lo que me sucedía. Quiso saber lo que bebía. Y le dije que nada más que cerveza... "A partir de ahora deje de beber cerveza y beba uno o dos güisquis al día". 

Regresó a  su mesa y comenzó a escribir el diagnóstico. Que era el siguiente: Distonía neurovegetativa... Me explicó detalladamente de qué se trataba y el motivo de las molestias. No me recetó nada. Simple y llanamente me recomendó que durante las vacaciones, que ya estaban próximas, holgazaneara y dejara de pensar en cuestiones relacionadas con mi profesión.

¿Le gusta la pesca?

No he pescado nunca...

¿Dónde pasará sus vacaciones?

En El Puerto de Santa María.

Lugar ideal para que comience a pescar. Y verá lo bien que le sienta ese relajamiento diario -dijo el especialista a modo de despedida.

Llegué a mi pueblo. Compré en Caza y Pesca, tienda de deportes que tenía los mejores utensilios de pesca, una caña que era la más celebrada entonces. Me fui al Río Guadalete a su paso por la Playa de la Puntilla. Y desde las escolleras me puse a lanzar la caña sin haber recibido los consejos oportunos. Al segundo intento perdí el equilibrio y salí del intento hecho un eccehomo. 

Lo primero que hice es regalar los avíos de pescador. Y me puse a pensar en los problemas de mi profesión. Eso sí, prescindí de la cerveza y me aficioné a tomar uno o dos güisquis cortitos, sin hielo y con el agua justa. Y acabé con la distonía neurovegetativa. 

 

 


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