Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

domingo, 2 de agosto de 2020

Mal olor


Cuando yo estudiaba bachillerato en colegio de pago y había que asistir a las clases tan escamondado como presentable, recuerdo que un día de una primavera calurosa, el profesor de matemáticas le dijo a un estudiante de sexto que se daba un aire a Luis XIV de Francia. Y nadie comprendió que lo estaba acusando de oler mal. Muy mal. Hasta que supimos que el citado Rey sólo se cambió de camiseta dos veces en toda su vida, amén de llevar un martillito para matar los piojos y mantener a los cortesanos a distancia para que no fueran ellos quienes irrepestuosamente se alejaran a causa del mal olor que despedía.

Mantener la higiene durante la posguerra era una tarea tan necesaria como difícil. Pero es bien cierto que había gente espesa porque le daba pereza lavarse y no por falta de medios. Ganar fama de ser limpio o limpia como los chorros del oro era como estar en posesión de un certificado de buena conducta. Los españoles fuimos poco a poco mejorando. Pero no fue hasta los años ochenta cuando la imagen llegó a formar parte del tinglado general y desvirtuarla equivalía a la ruina.

Aun así, mentiría si no dijera que en España ver en el Congreso de los Diputados a sus señorías meterse el dedo en la nariz, chuparse el dedo o rascarse donde les picara, resultaba gracioso para una gran mayoría. Ser adultero o malversador de fondos despertaba la envidia de algunos; la tradición picaresca recomendaba más aprovecharse y ser un vivo; lo contrario era no ser honrado, sino tonto, a juicio de muchos. Tanto tienes, tanto vales... Lema que se puso de moda.

Comenzó a reinar un pragmatismo a la americana. De modo que quien carecía de vil metal no era más que un triste soñador de utopías irrealizables. Los había que trataban de combatir ese modo de vida alegando que los ricos también lloraban, pero la respuesta les llegaba con celeridad: "Se llora mejor siendo Mario Conde o Silvio Berlusconi, que siendo un idealista, es decir, ser un muerto de hambre.  

A remolque de estos mitos nació una capa social de profesionales y técnicos del mundo empresarial y financiero, además de funcionarios bien situados en sus respectivas administraciones, que hicieron su agosto en esa época. La honradez, que sigue siendo para mí algo que anida de cintura para arriba, se vulneraba a cada paso. Y, claro, los corruptos comenzaron a proclamarse honestos. Que tiene su morada de cintura para abajo. Muchos de ellos no fueron nunca ni honrados ni honestos. Incluso los hay que siguen activos.  

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