Lionel Messi pasará a la historia como el más grande entre los grandes futbolistas habidos hasta ahora. Así que no necesitaba enviar un burofax para asegurarse la inmortalidad. El envío de ese documento fue un error espectacular por parte de la estrella argentina. La cual ha estado desde entonces en el candelero por encima incluso del Covid-19. Que ya es decir.
Pues bien, Messi ha salido ya a la palestra para airear que se queda en el Barcelona porque "Jamás iría a juicio contra el club de su vida". Poniendo fin a un culebrón de poca calidad. En el cual su actuación ha dejado mucho que desear. Aunque nos ha permitido ver que es un narciso que ha estado disfrazado con ropajes de humildad y sencillez.
De no haberse sabido lo del burofax tampoco nos habríamos enterado, por más que lo percibiéramos, que Messi lleva ya muchos años poniendo y quitando entrenadores, protegiendo a unos compañeros mientras que miraba por encima del hombro a otros y haciendo y deshaciendo alineaciones. Y hasta poniendo firme a los presidentes por no seguir sus indicaciones.
En esta ocasión, tal vez porque le dolió en el alma que Luis Súarez pudiera causar baja en el club, así como Arturo Vidal y otros pertenecientes a su camarilla, derramó lágrimas del color de la ira. Y en un arrebato de cólera decidió hacer público su malestar. Tratando por todos los medios de acollonar a Bartomeu y dejar a la institución a la altura del betún.
Menos mal que el presidente azulgrana, tras la lógica desorientación por el golpe bajo recibido, recobró el segundo aliento en un amén y lo primero que hizo es exigirle al argentino los millones de euros que hay acordados en el contrato para que éste pueda ser rescindido. Y, claro es, ningún club ha aceptado el envite. Decisión que no esperaba, bajo ningún concepto, el genio argentino, y que ha debido causarle deterioro en muchos aspectos.
El genio argentino, creado en la Masía desde que era un niño protegido por Carlos Rexach, se ha convertido en un monstruo para su club. Un monstruo que perdió el oremus hace días y ha tratado de enmendar su craso error contándonos el cuento del alfajor. Sin caer en la cuenta de que una vez la pasta de dientes está fuera del tubo, es endiabladamente difícil hacerla entrar de nuevo. Lionel Messi se pasó de ínfulas y se ha visto obligado a derramar lágrimas de cocodrilo.
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